lunes, 28 de abril de 2014

Lo inesperado

   Tenía intenciones de usar esta tarde para dormir una siesta sin alarma, pero hace unos diez segundos pensé: “A la mierda, vamos a delirar”. A decir verdad, más allá de que haya dicho lo mismo varias veces, en esta ocasión realmente hace mucho que no escribo. ¿Falta de ideas o inspiración? ¿Falta de anécdotas disparadoras? ¿Falta de ganas o cansancio? ¿Falta de tiempo? El tiempo podría haberlo inventado; las ganas nunca me faltaron; anécdotas, para tirar para arriba; ideas... Ideas he tenido. Es solo que a veces madurar algunas cosas lleva más tiempo del que se piensa.

    Un día, después de bañarme y con la Gillette Mach 3 Turbo (siempre me gustó cómo suena), frente al espejo, me di cuenta de algo de repente. “¡Carajo! No falta mucho para que tenga que afeitarme todos los días...”. Y así llegó mi duda. ¿Ya soy adulto?

    Si pasara por un tema de “sentirse adulto” sería, a mi parecer, demasiado ambiguo. Es decir, en ocasiones me siento adulto y en otras, un niño. Siempre me siento joven. Por otro lado, una perspectiva ajena a la propia suele poner en evidencia una gran cantidad de cosas por mejorar, más allá de cómo se sienta uno. Lo bello de ser perfectibles...

    Definir la adultez no es tan sencillo como definir la mayoría de edad. Si nos limitamos al aspecto biológico en cuanto a capacidad de reproducirse, resuena la pregunta de cuántas personas de 13 años (por dar un número lo suficientemente acertado) pueden considerarse adultas. Si analizamos desde el ámbito legal, resulta evidente que las convenciones legales de cada sociedad son muy maleables como para poder llegar a una definición que resista más de un par de cuestionamientos. Ni hablar si se plantea como la posibilidad de independizarse de padres/tutores/loquesea. Particularmente me atrae el acercamiento que intenta definir a la adultez desde la capacidad de tomar decisiones, actuar conforme a las mismas y responsabilizarse (que buena palabra) de dichos actos.

    Esto lleva a otra pregunta. ¿Qué clase de decisiones y/o actos entran en criterio? Caigo en cuenta de las grandes decisiones que vengo tomando en los últimos diez años (por dar un número lo suficientemente acertado). Grandes para mí, por supuesto. ¿Me definen como adulto o como persona? No lo creo, simplemente porque tengo la certeza de que cada persona encierra un misterio demasiado grande como para poder ser definida. Me gusta hablar de condicionamientos. Pero no quiero irme más por las ramas.

    Tras meses de tener esta duda rondando en la cabeza (suelo distraerme fácil) y recordando muchísimas situaciones y diferentes opciones tomadas, no fue muy complicado darme cuenta que hace algunos años me aferraba mucho a mi promesa de abnegación y, por tanto, mis decisiones se remitían a aceptar alguna tarea e intentar mantener un delicado equilibrio entre muchas esferas en las que me movía, comprometiéndome a dar mi mejor en cada una. Probablemente mantuve esa postura por más tiempo de lo que debía o era sano. No me arrepiento. Cada experiencia me enseñó muchísimo, hasta el punto de interiorizar finalmente que no puedo con todo. Es divertido creerse Superman o pensarse como el protagonista de una historia en la que a pesar de tantas dificultades uno se basta para enfrentarse al mundo. Pero la realidad no es tan sencilla.

    Hoy se me ocurre que puedo considerarme adulto a partir del momento en que comprendí que el mundo no está en contra mío; que necesito de otros; que es bueno aprender a decir “gracias, pero no”; que los nuevos desafíos siempre son emocionantes y tentadores, pero que no tengo por qué embarcarme en todos al mismo tiempo; que no puedo caerle bien a todas las personas a quienes les quiero caer bien; que muchas relaciones necesitan un tiempo para seguir creciendo, a lo mejor con algo de distancia; que cada cosa lleva su tiempo; que no puedo determinar los tiempos que me gustarían para cada cosa. Fundamentalmente, que no puedo controlar realmente mi vida, sino simplemente vivirla, como pueda, con lo que venga, con manzanas, limones, peras, duraznos y frutas que no conozco. Hoy me doy cuenta que cada cosa que no salió como yo esperaba o quería, aunque haya dolido o siga doliendo, me enseñó (y me sigue enseñando conforme crezco) tanto o más que mis propios proyectos. Cualquiera pensaría que debería saber todo esto desde hace mucho y que muchas personas más jóvenes lo saben. Es cierto. Yo sé todo esto desde hace mucho, pero hay una diferencia entre saber algo y experimentarlo.

    Resumiendo, con el riesgo de equivocarme, puedo decir que soy un joven adulto con corazón de niño. Hay decisiones sencillas, mientras que hay otras que no puedo tomar a la ligera y necesito madurar antes de elegir una u otra ruta. La meta es una: ser feliz. Yo soy feliz al andar. Intento aprender a vivir con las cosas malas, cambiando las que puedo. También intento aprender a reconocer las cosas buenas. Lo bello de ser perfectibles...

    Los proyectos pueden cambiar. Este es, creo yo, el aspecto más fundamental de la vida adulta: permitir la ruptura de estructuras y adaptarse a lo inesperado.

No hay comentarios: