Tenía intenciones de usar esta tarde para dormir una siesta sin
alarma, pero hace unos diez segundos pensé: “A la mierda, vamos a
delirar”. A decir verdad, más allá de que haya dicho lo mismo varias
veces, en esta ocasión realmente hace mucho que no escribo. ¿Falta de
ideas o inspiración? ¿Falta de anécdotas disparadoras? ¿Falta de ganas o
cansancio? ¿Falta de tiempo? El tiempo podría haberlo inventado; las
ganas nunca me faltaron; anécdotas, para tirar para arriba; ideas...
Ideas he tenido. Es solo que a veces madurar algunas cosas lleva más
tiempo del que se piensa.
Un día, después de
bañarme y con la Gillette Mach 3 Turbo (siempre me gustó cómo suena),
frente al espejo, me di cuenta de algo de repente. “¡Carajo! No falta
mucho para que tenga que afeitarme todos los días...”. Y así llegó mi
duda. ¿Ya soy adulto?
Si pasara por un tema de
“sentirse adulto” sería, a mi parecer, demasiado ambiguo. Es decir, en
ocasiones me siento adulto y en otras, un niño. Siempre me siento joven.
Por otro lado, una perspectiva ajena a la propia suele poner en
evidencia una gran cantidad de cosas por mejorar, más allá de cómo se
sienta uno. Lo bello de ser perfectibles...
Definir la adultez no es tan sencillo como definir la mayoría de edad.
Si nos limitamos al aspecto biológico en cuanto a capacidad de
reproducirse, resuena la pregunta de cuántas personas de 13 años (por
dar un número lo suficientemente acertado) pueden considerarse adultas.
Si analizamos desde el ámbito legal, resulta evidente que las
convenciones legales de cada sociedad son muy maleables como para poder
llegar a una definición que resista más de un par de cuestionamientos.
Ni hablar si se plantea como la posibilidad de independizarse de
padres/tutores/loquesea. Particularmente me atrae el acercamiento que
intenta definir a la adultez desde la capacidad de tomar decisiones,
actuar conforme a las mismas y responsabilizarse (que buena palabra) de
dichos actos.
Esto lleva a otra pregunta. ¿Qué
clase de decisiones y/o actos entran en criterio? Caigo en cuenta de las
grandes decisiones que vengo tomando en los últimos diez años (por dar
un número lo suficientemente acertado). Grandes para mí, por supuesto.
¿Me definen como adulto o como persona? No lo creo, simplemente porque
tengo la certeza de que cada persona encierra un misterio demasiado
grande como para poder ser definida. Me gusta hablar de
condicionamientos. Pero no quiero irme más por las ramas.
Tras meses de tener esta duda rondando en la cabeza (suelo distraerme
fácil) y recordando muchísimas situaciones y diferentes opciones
tomadas, no fue muy complicado darme cuenta que hace algunos años me
aferraba mucho a mi promesa de abnegación y, por tanto, mis decisiones
se remitían a aceptar alguna tarea e intentar mantener un delicado
equilibrio entre muchas esferas en las que me movía, comprometiéndome a
dar mi mejor en cada una. Probablemente mantuve esa postura por más
tiempo de lo que debía o era sano. No me arrepiento. Cada experiencia me
enseñó muchísimo, hasta el punto de interiorizar finalmente que no
puedo con todo. Es divertido creerse Superman o pensarse como el
protagonista de una historia en la que a pesar de tantas dificultades
uno se basta para enfrentarse al mundo. Pero la realidad no es tan
sencilla.
Hoy se me ocurre que puedo considerarme
adulto a partir del momento en que comprendí que el mundo no está en
contra mío; que necesito de otros; que es bueno aprender a decir
“gracias, pero no”; que los nuevos desafíos siempre son emocionantes y
tentadores, pero que no tengo por qué embarcarme en todos al mismo
tiempo; que no puedo caerle bien a todas las personas a quienes les
quiero caer bien; que muchas relaciones necesitan un tiempo para seguir
creciendo, a lo mejor con algo de distancia; que cada cosa lleva su
tiempo; que no puedo determinar los tiempos que me gustarían para cada
cosa. Fundamentalmente, que no puedo controlar realmente mi vida, sino
simplemente vivirla, como pueda, con lo que venga, con manzanas,
limones, peras, duraznos y frutas que no conozco. Hoy me doy cuenta que
cada cosa que no salió como yo esperaba o quería, aunque haya dolido o
siga doliendo, me enseñó (y me sigue enseñando conforme crezco) tanto o
más que mis propios proyectos. Cualquiera pensaría que debería saber
todo esto desde hace mucho y que muchas personas más jóvenes lo saben.
Es cierto. Yo sé todo esto desde hace mucho, pero hay una diferencia
entre saber algo y experimentarlo.
Resumiendo, con
el riesgo de equivocarme, puedo decir que soy un joven adulto con
corazón de niño. Hay decisiones sencillas, mientras que hay otras que no
puedo tomar a la ligera y necesito madurar antes de elegir una u otra
ruta. La meta es una: ser feliz. Yo soy feliz al andar. Intento aprender
a vivir con las cosas malas, cambiando las que puedo. También intento
aprender a reconocer las cosas buenas. Lo bello de ser perfectibles...
Los proyectos pueden cambiar. Este es, creo yo, el aspecto más
fundamental de la vida adulta: permitir la ruptura de estructuras y
adaptarse a lo inesperado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario