Cuando dos se quieren, el universo se confabula. Se con-fabula para que estén juntos y sonreír al verlos. ¿Cuál es la moraleja?
Se
refugian, porque es cuestión de tiempo. Pero el tiempo ya no existe.
Vaya y pase. Pase y vaya. Pasa y valle. Pasa, fruto del tiempo, llena de
dulzura. Valle, resguardado del mundo, un mundo en sí. El tiempo ya no
existe, pero el tiempo pasa. Y ellos en su valle, donde no los alcanza.
Pasá
y picá. Y el olor a cebolla en las manos. Y el almuerzo de mañana,
porque sobra. Tiempo sobra, porque no los alcanza. Duermen, o dormitan. Y
en un abrazo el tiempo para. Cuando se deciden a dormir... Ya no
duermen. No pueden o no quieren. Pero juegan a estar dormidos, porque
les gusta escucharse y hacerse los dormidos, a ver (sinestesia) qué dice
el otro. Preguntar cuando uno está en trance es peligroso, entonces
juegan a estar en trance. Aunque no preguntan. Porque saben que el otro
escucha y simula dormitar. Se confiesan que el universo se confabula.
Sonríen. Se abrazan. ¿Cuál es la moraleja?
El tiempo sobra. O no
sobra, pero está de más. Ya no existe. Sólo existen ellos dos. Y la
lluvia. Y el viento, que no es viento, sino un suspiro. ¿Qué pasa?
Nada... Es lindo estar así. Hace unos meses no sabía, no pensaba que...
Otro suspiro. Se está bien así. Sonrisa. Puente. Caricia. Duermen. Ya no
hay tiempo. Hasta que despiertan y se reconocen. Se re-conocen. En
realidad nunca se conocieron, porque ya se conocían, se sabían, se
esperaban. Entonces se recordaron.
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