lunes, 17 de noviembre de 2014

Trascendencia

    Ya de chico siempre fui bastante analítico. Desde que tengo memoria me gustó observar todo lo que pueda: cantos de pájaros; cómo sopla el viento; la forma en que los rayos del sol se aprecian más fácil por las partículas que flotan en el aire; los colores de algunas flores; el correr de perros, gatos; y por supuesto, todo sobre las personas. Esto último incluye, entre tantas otras cosas, formas de saludar, gestos, tonos de voz, lenguaje corporal, risas, vestimenta, música a escuchar, modo de abrazar y, especialmente, la mirada.
    Entre tanto, hacía proyecciones de mi propia vida e intentaba comprender cuestiones que quizás eran demasiado complejas para mi mente inmadura. Aún así, lo intentaba, y disfrutaba pensar qué lugar ocupaba yo en el mundo, o qué sería de mí el día que muriera, y más adelante. No es difícil imaginar que la trascendencia es un asunto de inmensa importancia para mí. En algún momento, en el que, por diferentes motivos que no estoy calificado para identificar correctamente, no tenía facilidad para tratar con las personas, pensaba que quizá sería fascinante lograr marcar la historia al modo de grandes científicos, es decir, dejar un legado que marcara de alguna forma el rumbo de la historia de la humanidad, al menos intelectual o tecnológicamente. Al ir creciendo, sin embargo, empecé a darme cuenta de que, por un lado, no estoy seguro de tener la capacidad para alcanzar una meta de tal calibre, mientras que, por otro lado, empezó a llamarme más la atención el concepto de trascendencia en relación a los vínculos, en relación a las personas por cuyas vidas puedo llegar a pasar o, mejor dicho, a las personas que pasan por mi vida.
    Siempre me gustó leer. A pesar de eso, no me considero un gran lector, y recién estos últimos años estoy explotando más este bellísimo recurso que es la literatura. Debo reconocer que también siempre me atrajo la idea de poder escribir un libro y hasta obtener reconocimiento (si se quiere, y en cierta medida) por ello. Para alguien que intenta ser humilde, contra su propia naturaleza, es una gran contradiccón y motivo de conflictos internos. A pesar de ello, sigue llamándome la atención y debo reconocer que tengo el profundo deseo de que mi vida signifique algo para más de una persona.
    En torno a este tema más de una vez me he detenido a pensar acerca de las vidas de personas por las cuales siento cierta devoción. Me refiero a personas que dejaron muchísimas comodidades de lado y sacrificaron años esforzándose al máximo para alcanzar un objetivo o simplemente una manera de vivir que despierta verdadera admiración. No puedo menos que preguntarme si ellos se hicieron alguna vez planteos como los míos, sin saber que marcarían la vida de millones de personas o, cuanto menos, la mía.
    Hay una especie de dicho popular que plantea que toda persona debería plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Imagino que quien lo formuló por primera vez compartía mi anhelo de trascendencia, mi búsqueda de legado personal. No hablo de destino porque, si bien creo que toda persona está condicionada por muchísimos factores que forman parte de su realidad y que ello le otorga facultades o limitaciones para ser conducida a tomar ciertas decisiones, creo firmemente que lo que condiciona, no determina y, por tanto, toda persona es plenamente libre de, en última instancia, decidir y tender hacia el bien. A lo mejor me estoy yendo por las ramas, pero es una idea que rige mi forma de vivir. Ahora bien, volviendo a la idea que encabeza este párrafo, quiero dejar en claro que ya he plantado árboles y que planeo tener por lo menos un hijo algún día. Probablemente el mayor desafío que pueda tener sea criarlo o criarlos (no hace falta aclarar que no hablo de los árboles), pero un gran desafío personal sigue siendo el de escribir un buen libro.
    De más está decir que hablar de un “buen” libro es algo de lo más subjetivo y relativo que puedo plantear, aunque creo que la idea se entiende. Una vez más, no me refiero a escribir un best seller o un texto que algún día se lea en alguna escuela. Lo que busco es escribir algo que tenga significado, que encierre una especie de misterio o mensaje que pueda alcanzar algún corazón y, si bien no estoy convencido de que un factor o experiencia por sí solo pueda cambiar radicalmente la vida de una persona, no tengo dudas acerca de que tan solo una palabra puede cambiar (aunque sea) la mirada sobre el mundo y, así, poder vivir una felicidad más plena.
    El problema es que, si bien escribir no es tan difícil como parece, escribir una buena historia no es tan fácil tampoco. Me gustaría tener la capacidad de crear un universo o personajes pero, si la tengo, aún no la he descubierto. Y realmente tengo ganas de escribir. Entonces me di cuenta (o, mejor dicho, me acordé, porque es una idea vieja) de algo: absolutamente todos, aunque pocos lo publiquen,escribimos un buen libro: nuestra propia vida.
    Debo reconocer que mi vida me parece fascinante y que, aunque esto no parezca modesto o humilde, no es contradictorio, porque lo que hace interesante a mi vida son las personas que forman parte de ella. Así es que este libro trata fundamentalmente acerca de trascendencia. Solo que no es acerca de mi legado en la humanidad, sino de todos aquellos que considero representan un gran acontecimiento, en mi existencia y, así, trascienden, son fundamentales en mi felicidad.
    Creo que no hay nada más trascendental que el amor. A todos ustedes, gracias por enseñarme a amar.

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