7 de enero de 2015
Quiero contarte
algo. Puede que lo sepas y puede que no. Algo me dice que lo sabés,
aunque quizá nunca te pusiste a pensarlo. Es muy probable que este
mensaje también te resulte algo extraño. Es totalmente
comprensible; a mí me pasaría lo mismo. Vengo pensando en
escribirte hace unos días, o unas semanas, no estoy seguro. Lo que
sí puedo decirte es que empiezo a las 17.50, cuando acabo de entrar
a casa después de trabajar desde las 7.00 hasta las 16.30 (es decir,
tuve casi una hora y media hasta llegar) y en el camino pensaba en
vos. Me es inevitable preguntarme qué estarás pensando. Espero que
alguna vez te animes a contarme.
¿Sabés? Acabo
de darme cuenta de que son semanas. Recuerdo claramente que el 25 de
diciembre, yendo a trabajar en el colectivo, me conmovió una escena
que voy a intentar describirte. El colectivo estaba bastante lleno,
pero logré ubicarme más o menos a la mitad, del lado de las filas
de asientos simples, justo enfrente de un padre joven (tendría entre
25 y 30 años) con quien imagino era su hijo (de 2 o 3 años) en
brazos. Si acaso era el hermano, no resultaría menos conmovedor, por
lo menos a mi parecer. El nene estaba durmiendo y el joven se veía
muy cansado. Pude observar cómo lentamente se le cerraban los
párpados, mientras movía incesantemente la pierna bastante rápido
en un intento de mantenerse despierto. Sostenía al nene sobre su
pierna y brazo derechos, tomándose con fuerza la muñeca derecha con
la mano izquierda, cruzando el brazo sobre el nene. Se ve que el
cansancio era mucho, porque de un segundo a otro, la pierna se quedó
quieta y empezó a cabecear. También pude apreciar la forma en que,
de a poco, sus brazos se aflojaban. Lo que me fascinó y conmovió
fue que cada vez que sentía que el nene se movía un poco al
soltársele las manos, se despertaba de golpe, aferraba a su hijo con
más fuerza y comenzaba nuevamente a mover la pierna. La secuencia se repitió unos minutos, hasta que se paró para bajarse del colectivo,
con el pequeño aún durmiendo. (Voy a permitirme contarte que cuando
se levantó, una de las sandalias del nene se cayó y yo me apuré
para agarrárla y alcanzársela antes de que se bajara).
Por ahí parece no tener sentido ahora, pero para mí cobró muchísimo sentido, porque apenas unos días antes había empezado a pensar en escribirte. Es importante que entiendas esto: me decidí a plasmar esto recién ahora, pero te vengo pensando hace mucho.
Este es mi mensaje. A dos semanas de cumplir 24 años, siento la necesidad de confesarte que siempre pensé en vos. No sé si cuando tenía tu edad, pero sí desde hace varios años, con toda certeza. Pienso en vos desde antes de que me mandes a la mierda por no saber cuidarte, o porque querés salir y a veces prefiero que no. Pienso en vos desde antes de que me dieras el primer abrazo. Pienso en vos desde antes de decidir qué rumbo seguir con mi vida. Pienso en vos desde antes de que te des cuenta que no soy perfecto y me equivoco muchísimo. Pienso en vos desde antes de conocer a tu mamá. Pienso en vos desde antes de planear dónde vamos a vivir, qué nombre le vas a dar a tu mascota o cuál va a ser el primer libro que te lea. Pienso en vos desde antes que empieces la secundaria, o termines el jardín, o que dejes de usar pañales. Pienso en vos desde antes de tener que pedirte perdón. Pienso en vos desde antes de que nazcas. De hecho, pienso en vos sin saber cuándo vas a llegar. Pienso en vos sin siquiera saber tu nombre, color de pelo o de ojos, o si cuando te reís te achinás como yo. Te pienso hoy, a lo lejos en el tiempo.
En fin, pienso mucho en vos, desde hace mucho tiempo. Cada vez que te pienso, mi corazón salta de alegría y se emociona. Cada vez que te pienso, te amo. Simplemente quiero que sepas esto, ya sea que leas esta carta en 20 o 30 años. Hago lo mejor que puedo y doy todo de mí para que puedas ser feliz, pero vos me hacés inmensamente feliz sin hacer nada, tan solo siendo.
Te amo desde siempre y siempre te voy a amar.
Por ahí parece no tener sentido ahora, pero para mí cobró muchísimo sentido, porque apenas unos días antes había empezado a pensar en escribirte. Es importante que entiendas esto: me decidí a plasmar esto recién ahora, pero te vengo pensando hace mucho.
Este es mi mensaje. A dos semanas de cumplir 24 años, siento la necesidad de confesarte que siempre pensé en vos. No sé si cuando tenía tu edad, pero sí desde hace varios años, con toda certeza. Pienso en vos desde antes de que me mandes a la mierda por no saber cuidarte, o porque querés salir y a veces prefiero que no. Pienso en vos desde antes de que me dieras el primer abrazo. Pienso en vos desde antes de decidir qué rumbo seguir con mi vida. Pienso en vos desde antes de que te des cuenta que no soy perfecto y me equivoco muchísimo. Pienso en vos desde antes de conocer a tu mamá. Pienso en vos desde antes de planear dónde vamos a vivir, qué nombre le vas a dar a tu mascota o cuál va a ser el primer libro que te lea. Pienso en vos desde antes que empieces la secundaria, o termines el jardín, o que dejes de usar pañales. Pienso en vos desde antes de tener que pedirte perdón. Pienso en vos desde antes de que nazcas. De hecho, pienso en vos sin saber cuándo vas a llegar. Pienso en vos sin siquiera saber tu nombre, color de pelo o de ojos, o si cuando te reís te achinás como yo. Te pienso hoy, a lo lejos en el tiempo.
En fin, pienso mucho en vos, desde hace mucho tiempo. Cada vez que te pienso, mi corazón salta de alegría y se emociona. Cada vez que te pienso, te amo. Simplemente quiero que sepas esto, ya sea que leas esta carta en 20 o 30 años. Hago lo mejor que puedo y doy todo de mí para que puedas ser feliz, pero vos me hacés inmensamente feliz sin hacer nada, tan solo siendo.
Te amo desde siempre y siempre te voy a amar.
Papá Pantufla
No hay comentarios:
Publicar un comentario