Si bien muchas veces puedo llegar a quejarme, diciendo que me gustaría tener un poco de tiempo libre, en ocasiones no me es tan grato como uno esperaría. Simplemente cuando no tengo nada que hacer, lo único que me queda por hacer es pensar. Y he aquí mi problema, porque en esas situaciones, cuando me pongo a pensar, caigo en cuenta de que me siento solo...
No hablo de la soledad ocasionada por la falta de presencia familiar, ni mucho menos por falta de amistades. Hablo de la falta de compañía afectiva. Así es, puede sonar raro, pero de a ratos siento que me falta una compañera. Alguien con quien compartir las tardes en las que no tengo nada para hacer, tirados en el sillón, viendo alguna peli y tomando unos mates con bizcochitos, con unas caricias de labios, de a ratos. O por ahí solo alguien con quien salir a caminar y charlar, hasta que se largue a llover, y entonces correr a escondernos bajo algún techito y abrazarnos, con frío, pero sonriendo por la magia del momento. Simplemente a veces me surge la necesidad de tener alguien con quien compartir una conversación de mil palabras con tan solo una mirada; alguien a quien contarle todas mis anécdotas sin que se canse de escucharme; alguien con quien compartir silencios, alegrías, llantos, broncas y risas día a día. En pocas palabras, alguien a quien dedicarle todo lo que siento, pienso, digo, canto o escribo...
Después de todo, muchos juegos se juegan de a dos. Y es que si ya es toda una aventura tan solo imaginarla, no llego a pensar lo que me espera al encontrarla...
