miércoles, 20 de julio de 2016

Guardavidas

Hoy escribo para no olvidar. Mejor dicho, para recordar cuando olvide.

Hoy se cumplen 6 meses del día en que falleció mi viejo. No viene siendo el día que pensaba. Cuando las cosas no salen como uno piensa siempre se puede aprender. Como estoy de franco tenía intenciones de ir a donar sangre, pero evidentemente estaba bastante cansado y no me desperté a tiempo. Fui a buscar a mamá, que estaba con un trámite; volvimos a casa, almorzamos tarde y fuimos al cementerio. En 6 meses, es la primera vez que voy. No había sentido antes la necesidad de ir. No creo que haga falta ir a un lugar específico para tener presente a alguien que se fue, aunque sin duda hay lugares que a uno lo predisponen mejor. Sé que por eso mamá va los días 20 de cada mes. No dejo de asombrarme por el amor que le tenía, o le tiene. Ahora entiendo que es por eso que decidió enterrarlo y no cremarlo (aún), como él quería.

Mi papá no fue un papá ejemplar. Si pienso en mi infancia, tengo recuerdos felices desperdigados en los que aparecen más amigos que familia, y otros tantos, puede que más, no tan felices. Crecí, a causa de él, en un hogar violento. De chico no entendía mucho. Cuando, ya adolescente, empecé a prestar más atención, a enfrentar esa idealización infantil de los padres, el rechazo y los conflictos fueron creciendo, junto conmigo. Nunca nos “cagó a trompadas” ni a mí, ni a mis hermanos, pero sí tengo el recuerdo de las veces que me pegó, o me agarró del cuello, y sé que al menos una escena la tengo bloqueada, porque me contaron mis hermanos, y yo no me puedo acordar. Eso es algo que me aterra.

Si bien los golpes no era tan frecuentes, la violencia era diaria, porque los gritos, las agresiones, los tonos ofensivos y las discusiones por pavadas eran cosas diarias. Durante muchísimos años no quise hablar al respecto. Pensaba, en gran parte por la idea que nos había metido él mismo, que correspondía que los problemas familiares se quedaran de puertas para adentro, que el resto del mundo no tenía por qué saberlo. Vivir con esa idea me condicionó, algo que fue apareciendo en mi forma de relacionarme con otros. Sin ser violento, en ocasiones me descubrí teniendo reacciones agresivas, sin entender bien de dónde surgían. Ahora entiendo que tuvieron que ver con la negación. Eso es lo que pasa cuando uno no enfrenta problemas: uno los niega, no quiere verlos, pero los problemas siguen ahí, no se van, y terminan encontrando la forma de manifestarse, generalmente a través de uno mismo. Hoy, y desde hace años, estoy mejor, al menos en relación a ese aspecto de mi vida.

Hubo un tiempo que elegí quedarme con esta parte de la historia, pero no es toda la historia. Mi papá no fue un papá ejemplar, pero tampoco lo fue su vida. Provenientes de Río Cuarto, mi abuelo vino a vivir a Mar del Plata cuando mi tío era chico y mi abuela estaba embarazada de mi papá. Cuando nació, el parto fue delicado y lo sacaron con una de esas pinzas que usaban para agarrarle la cabeza a los bebés y ayudarlos a salir del canal; algo hicieron mal y le quedó una marca en la frente de por vida. Es curioso que yo tengo una marca en la ceja, también del lado derecho, porque siendo bebé mi cabeza rebotó contra la mesa después de que el la golpeó. A los meses de su nacimiento, mi abuela se vino con los dos. No conozco todos los detalles, pero sé que mi abuelo era mujeriego, violento y que no demostraba cariño. Al menos con mi papá, porque con mi tío fue más atento. Cuando mi papá era joven, mi abuela se enfermó y empezó a tener problemas de memoria y deterioro cognitivo, no sabemos bien si de Alzheimer o como consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza que le dio mi abuelo.

Mi papá se encargó de cuidarla, mientras mi abuelo formaba otra familia y le bancaba los estudios de medicina a mi tío. Habiendo recién terminado el secundario, mi papá alquilaba el departamento que consiguiera, trabajaba, cuidaba a mi abuela (le cocinaba, la bañaba, le pintaba las uñas, salía a buscarla cuando él llegaba de trabajar y no la encontraba en el departamento, entre otras cosas) e intentaba estudiar una carrera que él nunca terminó pero mi hermana sí. Conoció a mi mamá, que es de San Fernando, porque ella venía con su familia de vacaciones e iban a la playa en la que él trabajaba. Era guardavidas. Muchos años después también fue docente, con ayuda de mi mamá, que lo acompañó y le insistió para que terminara el terciario. Después de unos años de verse cada ciertos meses y escribirse cartas, se casaron y empezaron a vivir juntos acá en Mar del Plata. Aunque mi papá no quería llevar a mi abuela a un geriátrico, se le estaba haciendo muy difícil cuidarla. Ella falleció a los dos meses del nacimiento de mi hermano mayor, un 24 de diciembre de 1984, así que nunca la conocí.

De mi abuelo no sé mucho más. Era docente y, al parecer, era muy querido. Recuerdo que íbamos de tanto en tanto a su casa, por la calle Los Naranjos, pasando Parque Camet. Recuerdo que tenía dos perros. Recuerdo el olor a humedad de la casa, y una marca en una pared a la que una vez le di un cabezazo corriendo. Recuerdo que me sentía incómodo cuando la segunda mujer de mi abuelo me llamaba “Vititor”, o cuando estaba su hija, media hermana de mi papá, que retaba a mi (¿medio?) primo por jugar. Mi mamá me ha contado que mi abuelo a ella la quería, y que la recibió una vez que fue a su casa con mis hermanos (yo todavía no había nacido) después de un brote violento de mi papá. Recuerdo ver que en cada visita el Parkinson lo afectaba más, y que a pesar de que le costaba caminar y hablar, nos jugaba a mi hermano menor y a mí con su bastón. Falleció en abril del 2003. Recuerdo que no me dejaron estar en el momento de la cremación porque decían que yo era chico. Recuerdo que tiramos sus cenizas al mar, como él y mi papá querían.

Con mi papá tengo guardadas en la memoria escenas felices. Ir a su pieza al despertarme y entrar escondido detrás de la cama, para sorprenderlo, y que él se hiciera el dormido, para después terminar jugando a las cosquillas. Prepararle el desayuno con mamá para el día del padre, o preparar con él el desayuno de mamá para el día de la madre o su cumpleaños. Varias sonrisas de felicidad al vernos a mis hermanos y a mí lograr algo, así fuera algo tan simple como ganar una carrera de menores de 5 años en la playa, o algo tan importante como formular la promesa scout. Ir a Parque Camet y armar barriletes para remontarlos. O que me llevara a nadar pasando la rompiente del mar.

Hay otras situaciones que son mezcla de sensaciones, como verlo llorar emocionado diciendo que nos quería, después de una discusión de 3 horas, y que nos contara algo de su infancia.

Después de años de mucha tensión, en los que la convivencia era muy difícil, y tras una discusión en la que mi papá le rompió los dedos de la mano a mi mamá, ella finalmente presentó una denuncia y mi papá se tuvo que ir de casa en noviembre del 2008. Aunque se suponía que no podía acercarse, pasó muchas noches durmiendo en el auto enfrente de casa. Mi mamá se ocupó de conseguirle un lugar para alquilar, y siguieron en contacto casi diario. A mí me molestaba, yo no quería ni verlo. En enero del 2011 tuvo un síncope y se golpeó la cabeza al caer. A partir de ahí se hizo algunos estudios y detectaron un problema cognitivo. Durante 6 meses hubo diferentes diagnósticos. Ya sea por ese golpe, o por otro golpe en la cabeza, que puede haber sido incluso cuando jugaba al rugby de joven, había aparecido epilepsia en la zona fronto-temporal del cerebro, y eso indujo un cierto grado de demencia. En enero del 2012 volvió a mi casa, porque era peligroso que siguiera viviendo solo, ya que por la pérdida de memoria, que empezó siendo pérdida de memoria a corto plazo y fue empeorando, podía olvidarse las hornallas abiertas, por dar un ejemplo. 2012 fue un año muy difícil para mí, empezando por eso.

Ya en casa, mi mamá se encargó de cuidarlo, aunque a ninguno de mis hermanos nos gustara la idea. Mi hermano mayor ya se había ido de casa y mi hermana se fue en cuanto se enteró que mi papá iba a volver. Mi hermano menor y yo pasábamos poco tiempo en casa, y lo cierto es que no ayudamos demasiado en un primer momento. Con el paso del tiempo el deterioro cognitivo fue empeorando. Después de un día en el que se perdió por varias horas, mi mamá entendió que ya no podía trabajar y empezamos a mandarlo a un centro de día, con talleres, por la tarde. Era como mandar a un nene al colegio. Entre mi hermano, mi mamá y yo, veíamos de cocinarle, intentar que se bañara, que estuviera listo para cuando tenía que ir al centro de día, estar esperándolo cuando volviera, ver que se cambiara de ropa cada tanto y que fuera a dormir. Si en principio repetía y preguntaba las mismas cosas una y otra vez, más tarde empezó a confundir a mi mamá o a mi hermana con mi abuela, y a mí y a mis hermanos con su hermano. En noviembre del 2014 lo internamos en un hogar con una buena atención, parque y talleres. Con la incontinencia ya era muy difícil cuidarlo. El último año el avance de la enfermedad fue alarmante. Primero le costaba caminar y terminar oraciones. Después necesitó silla de ruedas, dejó de hablar, y hubo que empezar a darle de comer porque movía poco los brazos. En noviembre del año pasado, 2015, ya tenía problemas para tragar, y en diciembre le dábamos un alimento líquido.

Después de navidad mi mamá fue a verlo y estaba con problemas para respirar y con fiebre. En la ambulancia entró en shock. Cuando lo estabilizaron en la clínica, nos dijeron que tenía neumonía aspiratoria; el alimento se le había ido a los pulmones. En ese momento mis hermanos y yo supimos que no iba a salir de la clínica. A mi mamá le llevó unas semanas entenderlo. Aunque lo aspiraran, e incluso con sonda nasogástrica, volvía a irse el alimento a los pulmones una y otra vez, porque no controlaba la garganta. Fueron semanas largas. A nosotros nos dolía escucharlo respirar, pero cuando empezaron a sedarlo él ya no sufría tanto. Estuvo más de una semana sin alimento y con la respiración cada vez más pausada, pero tenía un corazón fuerte. El tipo no se quería ir. Para que mi mamá descansara un poco, nos turnábamos con mis hermanos para pasar las noches y acompañarlo en la clínica cuando no estábamos trabajando. Mi mamá, por el desgaste, se descompensó y entró en guardia el 20 de enero. Se escapó de la guardia para ir a ver a mi papá casi en el momento exacto en el que murió, mientras mi hermano mayor lo acompañaba. Lo enterramos el 21 de enero, día de mi 25º cumpleaños.

Esta tampoco es toda la historia. Porque es mi versión, mi mirada. Y porque lo bueno no quita lo malo, así como lo malo no quita lo bueno. Sigo teniendo plena seguridad de que más allá de todas las circunstancias que puedan condicionarnos, la decisión siempre la toma uno, con aciertos y errores. Aunque en algún momento llegué a pensar que mi viejo era un mal tipo, yo creo que todos somos buenos por naturaleza y que no hay personas malas, sino personas que olvidaron que son buenas, ya sea porque no se lo recordaron lo suficiente, o porque tomaron decisiones equivocadas. No puedo justificar la violencia de mi papá, de la misma forma que no puedo justificar la violencia de mi abuelo, aunque no conozca su historia. Se equivocaron e hicieron muchas cosas mal. Sin embargo, tampoco puedo decir que lo que hayan hecho lo hicieron con malicia. Por ejemplo, recuerdo que mis hermanos y yo siempre fuimos bastante independientes y nunca tuvieron que corrernos para que hiciéramos las tareas de la escuela; a veces papá quería ayudarnos y era un desastre, porque no necésitabamos su ayuda y porque nos terminaba complicando más. Quizás terminábamos discutiendo, pero su intención en un principio era buena, solo que le salía mal. Hoy entiendo que los errores de mi papá tuvieron más que ver con sus propias limitaciones que con buscar hacer daño. El daño lo hizo, pero muchas veces intentó hacer las cosas bien y simplemente no le salía.

Nunca quise publicar tanta información sobre la realidad familiar que viví... que vivo, por no exponerme demasiado, o exponer al resto de mi familia. Pero entre todo esto hay cosas importantes que he aprendido y que quiero compartir. Tenía que poner todo en contexto para que se comprendan mejor.

Los mayores miedos de mi papá eran perder la memoria, perder el control del cuerpo, y morir solo.

Si no hubiese sido por la enfermedad, es muy probable que mis hermanos y yo no hubiésemos podido reconociliarnos con él. Suena raro, porque uno cree que la reconciliación tiene que ser un ida y vuelta, y pudimos acercarnos a hablar y decirlo todo lo que necésitabamos decirle cuando él cada vez entendía menos. Pero llegó a pedir disculpas y a decirnos que nos amaba. Llegamos a decirle que nosotros también. Hablarle cuando él ya no podía hablar era difícil y, a la vez, más fácil que cualquier otra conversación que tuve con él. Aunque quizá sea sólo imaginación mía y en realidad él no entendía nada, cuando le contaba cosas lindas y le decía que lo amaba a pesar de todo, incluso si no podía enfocar la mirada, veía que sus ojos le brillaban, y cuando se ponía inquieto y le acercaba el oído con la esperanza de que dijera algo, me daba un beso. Increíble.

Hoy escribo para no olvidar. Mejor dicho, para recordar cuando olvide. A él le debo tener a mis hermanos. A él le debo entender la diferencia entre el orgullo de la terquedad y el orgullo de un logro. A él le debo mi tipo de sangre. A él le debo formar mi carácter. A él le debo entender que, por más organizados y responsables que seamos, hay muchas cosas que no controlamos. Mi viejo fue prueba de que algunos de tus peores miedos se pueden hacer realidad...y salvarte la vida.

martes, 19 de abril de 2016

Me quedé sin

Una vez me preguntaste
Por qué, estando juntos,
Tanto no escribía.
Pues, ya lo ves, la tristeza
Es mejor musa que la alegría.

Así me encuentro hoy:
Sin tus besos, sin tu voz,
Sin tu risa, sin caricias, sin humor.
Me quedé sin ganas, y es por falta,
Falta de abrazos, falta de vos.

Aquel cartel de una mañana
Estaba en mi locker, en el café.
Lo saqué. Era difícil verlo cada día
y caer en cuenta que, a fin
De cuentas, se agotó el stock.

Me quedé sin compañera
En noches de frío;
Mi almohada no es lo mismo.
Sí tengo un elefante fucsia
Que me mira con tu amor.

Pasan las semanas y te extraño.
El anillo no me lo quiero sacar.
No sé cómo será para otros;
Para mí, aunque sea la primera,
Es una mierda la separación.

Me contengo de escribirte,
De llamarte, de buscarte.
Y te imagino igual.
Quiero que estés mejor y,
A la vez, egoístamente, no.

Sé que es cuestión de tiempo.
Tiempo tuyo, tiempo mío,
Que ya no es el mismo.
Cada uno contará su versión;
Quizá ninguno tenga razón.

Noto la ausencia de Pipi.
Sé que, incondicional,
Te cuida mejor que yo.
Siempre fue tierna conmigo.
Mandale mis cariños.

No estoy escuchando música
Para no pensarte. Leo y,
Sin embargo, no funciona.
Tampoco miro series,
De las que eran de los dos.

Te sigo amando, ayer y hoy.
También mañana, lo sabés.
Aprendí y reí muchísimo;
Te deseo lo mejor.
Sos lo más lindo que me pasó.

Ni quería escribir porque
No sabía qué iba a salir.
Salió lo que siento.
Si alguna vez lo lees,
No te angusties, por favor.

De a poco mitiga el dolor
Y quedan lindos recuerdos.
Seguramente nos crucemos,
Así que te digo hasta luego;
Aún no me dejo decirte adiós.