lunes, 17 de noviembre de 2014

Trascendencia

    Ya de chico siempre fui bastante analítico. Desde que tengo memoria me gustó observar todo lo que pueda: cantos de pájaros; cómo sopla el viento; la forma en que los rayos del sol se aprecian más fácil por las partículas que flotan en el aire; los colores de algunas flores; el correr de perros, gatos; y por supuesto, todo sobre las personas. Esto último incluye, entre tantas otras cosas, formas de saludar, gestos, tonos de voz, lenguaje corporal, risas, vestimenta, música a escuchar, modo de abrazar y, especialmente, la mirada.
    Entre tanto, hacía proyecciones de mi propia vida e intentaba comprender cuestiones que quizás eran demasiado complejas para mi mente inmadura. Aún así, lo intentaba, y disfrutaba pensar qué lugar ocupaba yo en el mundo, o qué sería de mí el día que muriera, y más adelante. No es difícil imaginar que la trascendencia es un asunto de inmensa importancia para mí. En algún momento, en el que, por diferentes motivos que no estoy calificado para identificar correctamente, no tenía facilidad para tratar con las personas, pensaba que quizá sería fascinante lograr marcar la historia al modo de grandes científicos, es decir, dejar un legado que marcara de alguna forma el rumbo de la historia de la humanidad, al menos intelectual o tecnológicamente. Al ir creciendo, sin embargo, empecé a darme cuenta de que, por un lado, no estoy seguro de tener la capacidad para alcanzar una meta de tal calibre, mientras que, por otro lado, empezó a llamarme más la atención el concepto de trascendencia en relación a los vínculos, en relación a las personas por cuyas vidas puedo llegar a pasar o, mejor dicho, a las personas que pasan por mi vida.
    Siempre me gustó leer. A pesar de eso, no me considero un gran lector, y recién estos últimos años estoy explotando más este bellísimo recurso que es la literatura. Debo reconocer que también siempre me atrajo la idea de poder escribir un libro y hasta obtener reconocimiento (si se quiere, y en cierta medida) por ello. Para alguien que intenta ser humilde, contra su propia naturaleza, es una gran contradiccón y motivo de conflictos internos. A pesar de ello, sigue llamándome la atención y debo reconocer que tengo el profundo deseo de que mi vida signifique algo para más de una persona.
    En torno a este tema más de una vez me he detenido a pensar acerca de las vidas de personas por las cuales siento cierta devoción. Me refiero a personas que dejaron muchísimas comodidades de lado y sacrificaron años esforzándose al máximo para alcanzar un objetivo o simplemente una manera de vivir que despierta verdadera admiración. No puedo menos que preguntarme si ellos se hicieron alguna vez planteos como los míos, sin saber que marcarían la vida de millones de personas o, cuanto menos, la mía.
    Hay una especie de dicho popular que plantea que toda persona debería plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Imagino que quien lo formuló por primera vez compartía mi anhelo de trascendencia, mi búsqueda de legado personal. No hablo de destino porque, si bien creo que toda persona está condicionada por muchísimos factores que forman parte de su realidad y que ello le otorga facultades o limitaciones para ser conducida a tomar ciertas decisiones, creo firmemente que lo que condiciona, no determina y, por tanto, toda persona es plenamente libre de, en última instancia, decidir y tender hacia el bien. A lo mejor me estoy yendo por las ramas, pero es una idea que rige mi forma de vivir. Ahora bien, volviendo a la idea que encabeza este párrafo, quiero dejar en claro que ya he plantado árboles y que planeo tener por lo menos un hijo algún día. Probablemente el mayor desafío que pueda tener sea criarlo o criarlos (no hace falta aclarar que no hablo de los árboles), pero un gran desafío personal sigue siendo el de escribir un buen libro.
    De más está decir que hablar de un “buen” libro es algo de lo más subjetivo y relativo que puedo plantear, aunque creo que la idea se entiende. Una vez más, no me refiero a escribir un best seller o un texto que algún día se lea en alguna escuela. Lo que busco es escribir algo que tenga significado, que encierre una especie de misterio o mensaje que pueda alcanzar algún corazón y, si bien no estoy convencido de que un factor o experiencia por sí solo pueda cambiar radicalmente la vida de una persona, no tengo dudas acerca de que tan solo una palabra puede cambiar (aunque sea) la mirada sobre el mundo y, así, poder vivir una felicidad más plena.
    El problema es que, si bien escribir no es tan difícil como parece, escribir una buena historia no es tan fácil tampoco. Me gustaría tener la capacidad de crear un universo o personajes pero, si la tengo, aún no la he descubierto. Y realmente tengo ganas de escribir. Entonces me di cuenta (o, mejor dicho, me acordé, porque es una idea vieja) de algo: absolutamente todos, aunque pocos lo publiquen,escribimos un buen libro: nuestra propia vida.
    Debo reconocer que mi vida me parece fascinante y que, aunque esto no parezca modesto o humilde, no es contradictorio, porque lo que hace interesante a mi vida son las personas que forman parte de ella. Así es que este libro trata fundamentalmente acerca de trascendencia. Solo que no es acerca de mi legado en la humanidad, sino de todos aquellos que considero representan un gran acontecimiento, en mi existencia y, así, trascienden, son fundamentales en mi felicidad.
    Creo que no hay nada más trascendental que el amor. A todos ustedes, gracias por enseñarme a amar.

martes, 14 de octubre de 2014

Día de primavera

   Ayer fue un muy lindo día. No sólo por el clima, sino por lo que viví. Si bien hay muchas cosas para rescatar, voy a detallar una situación que me llamó particularmente la atención y me llenó de alegría.
   Después de almorzar juntos, fuimos con mi no-novia (no es que sea algo pasajero ni que haya otra chica que sea mi novia; es un término que usamos para describir lo que, siendo una relación de noviazgo, todavía no tiene ese nombre) y con su mini pequinés a tomar un helado a la plaza.  Después de terminar el helado nos quedamos un rato sentados, abrazados, charlando, viendo a la gente que estaba o pasaba por la plaza, al solcito. Simplemente me surgió pensar y decir desde el fondo de mi ser: “Qué bien se está así, che”.
   Unos minutos después vi una pareja de abuelos y estuve a punto de hacer un comentario, pero ella justo estaba hablando y no quise interrumpirla. Cuando terminó, hizo casi la misma observación que yo iba a hacer, acerca de la ternura que genera ver una pareja de abuelos caminando de la mano, que se entienden y se cuidan, que se ponen de acuerdo para hacer las compras y cuando vuelven llevan la bolsa grande agarrando cada uno una manija. Fue divertido que justo pensáramos lo mismo casi al mismo tiempo.
   Lo más divertido fue que dos minutos después llegó una pareja de abuelos pidiendo disculpas y preguntando si podíamos hacerles un lugar en el banco para sentarse a tomar mates al sol. ¡Fue mucha causalidad! Porque las cosas no pasan porque sí. Así que seguimos un ratito más así, como veníamos, pero ahora charlando con Chicha y Nelio, que son de Rosario, suelen venir de vacaciones a Mar del Plata, toman mate amargo, están casados desde hace 56 años y se conocen hace 64.
Yo tenía un compromiso, así que no pudimos estar mucho más tiempo así, pero cuando nos fuimos los saludamos con un beso a cada uno.
   Yo después me preguntaba qué fue lo que los movió, además de buscar un banco al sol, a acercarse a nosotros, entre otros bancos a los que podrían haber ido. Aunque no llegué a ninguna conclusión, algo es seguro: la vida está llena de sorpresas. Quiero contagiar alegría.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Trance

Cuando dos se quieren, el universo se confabula. Se con-fabula para que estén juntos y sonreír al verlos. ¿Cuál es la moraleja?
Se refugian, porque es cuestión de tiempo. Pero el tiempo ya no existe. Vaya y pase. Pase y vaya. Pasa y valle. Pasa, fruto del tiempo, llena de dulzura. Valle, resguardado del mundo, un mundo en sí. El tiempo ya no existe, pero el tiempo pasa. Y ellos en su valle, donde no los alcanza.
Pasá y picá. Y el olor a cebolla en las manos. Y el almuerzo de mañana, porque sobra. Tiempo sobra, porque no los alcanza. Duermen, o dormitan. Y en un abrazo el tiempo para. Cuando se deciden a dormir... Ya no duermen. No pueden o no quieren. Pero juegan a estar dormidos, porque les gusta escucharse y hacerse los dormidos, a ver (sinestesia) qué dice el otro. Preguntar cuando uno está en trance es peligroso, entonces juegan a estar en trance. Aunque no preguntan. Porque saben que el otro escucha y simula dormitar. Se confiesan que el universo se confabula. Sonríen. Se abrazan. ¿Cuál es la moraleja?
El tiempo sobra. O no sobra, pero está de más. Ya no existe. Sólo existen ellos dos. Y la lluvia. Y el viento, que no es viento, sino un suspiro. ¿Qué pasa? Nada... Es lindo estar así. Hace unos meses no sabía, no pensaba que... Otro suspiro. Se está bien así. Sonrisa. Puente. Caricia. Duermen. Ya no hay tiempo. Hasta que despiertan y se reconocen. Se re-conocen. En realidad nunca se conocieron, porque ya se conocían, se sabían, se esperaban. Entonces se recordaron.

lunes, 22 de septiembre de 2014

No lo planeé

Creo que más de una vez ya he mencionado que siempre tuve la capacidad de proyectar a futuro y así fui planificando en cierta medida mi participación en diferentes actividades por muchos años, quedando satisfecho. También creo haber dicho alguna vez que seguir corazonadas tiene su encanto, que se puede crecer y aprender mucho con las cosas que nos sorprenden, para bien o para mal. Hace varios meses que esta idea viene tomando más forma.

El lunes, volviendo en colectivo después de compartir una tarde, una noche, una mañana y un almuerzo con varios amigos, nos ubicamos en el fondo, porque era donde más lugar había, ya que estaba bastante lleno. En un momento, un pasajero se levantó de su asiento para bajar, por lo que nos fuimos corriendo como podíamos para darle paso. En eso, uno de mis amigos se apoyó sin querer en el espejo que está sobre la escalera de descenso y lo rompió en unos ocho pedazos. Nos pusimos medio nerviosos y no sabíamos que hacer, especialmente el agresor de espejos, que midiendo más de un metro ochenta quería esconderse. Sí, fue gracioso. Al menos hasta que se cayó uno de los pedazos de espejo, cerca de un nene que dormía. Entonces, una vez que no había tanta gente en el pasillo, removimos todos los fragmentos del marco, los pusimos en una bolsa y nos acercamos al chofer del colectivo para pedirle disculpas y preguntarle si le descontaban la reposición.

Ese mismo día a la noche, cerca del centro, yo caminaba solo, yendo a cenar a media cuadra de lo de mi hermana, cuando un flaco se me acercó para pedirme un papelillo. Me sorprendió porque, si bien es común que la gente pida fuego o un cigarrillo por la calle, nunca me habían pedido un papelillo.

Unas cuadras después, pensando en las dos secuencias y en el libro que estoy leyendo, me pregunté: ¿por qué no hacer literatura de un espejo roto en un colectivo o de que me pidan un papelillo por la calle? Lo sé, corro el riesgo de que los que saben me condenen por decir esto, pero creo que cualquiera puede hacer literatura de su vida, que está llena de cosas que no planeamos o esperamos, así como esos desenlaces, capítulos o diálogos inesperados que disfrutamos tanto al leer un libro.

Por ejemplo: hoy. Teniendo turno con el psicólogo (80 cuadras) a las 10 de la mañana, se me hizo tarde para ir en colectivo, por lo que agarré la bici a pesar de que había una niebla relativamente densa en toda la ciudad, de esa que va acompañada por una humedad que hace que las calles estén mojadas sin que haya llovido. Al salir de allí, el cielo empezaba a despejar y pasé a visitar a unas amigas por un café (37 cuadras). Luego, a comprar parafina, velas y pabilos (15 cuadras). Después, pasé por una librería (16 cuadras) a comprar un libro para un amigo y dos para mí. Entonces, tenía que almorzar antes de tener una reunión en la casa de un amigo, por lo que me senté en un café (30 cuadras), frente a una plaza, a comer un tostado de jamón y queso con un exprimido de naranja mientras leía, en un día que, con el cielo casi totalmente despejado, me sale describir simplemente como espectacular. Mientras estaba en eso, me escribió al celular un amigo-al-que-le-llamo-hermano sacerdote para describirme cómo su equipo había ganado un partido de truco en una mano ciega cuando iban perdiendo 29-28, jugando con chicos del colegio en el que es capellán. Cerca de las 14 fui a lo de mi amigo (14 cuadras) y terminada la reunión, finalmente volví a casa (83 cuadras).

Justamente ayer recordaba cuánto me gusta andar en bici. Hoy, de haber salido de casa con tiempo a la mañana, me hubiese movido en colectivo. Sin embargo, por algo que no planeé (que se me hiciera tarde), tuve la oportunidad de ahorrar dinero, tiempo y, de paso, disfrutar de aproximadamente 31 km (porque en un rato voy a cenar a lo de unos amigos) de andar en bici en un día de invierno bellísimo.

Quizá describiendo todo simplemente como una secuencia de acciones, sin detenerme en la riqueza de las conversaciones, no parezca muy atractivo, pero creo que este día bien podría ser un cuento. Es fascinante porque me siento muy vivo y me sé feliz. Y es que uno no planea atrasarse con la carrera; uno no planea que le rompan el corazón; uno no planea perder el contacto con amigos; uno no planea que sus padres estén enfermos; uno no planea conocer gente nueva; uno no planea que alguien lo elija como padrino de confirmación; uno no planea que le confíen grandes tareas; uno no planea reencontrarse con viejos amigos; uno no planea enamorarse; uno no planea que un amigo rompa un espejo en un colectivo; uno no planea que le pidan un papelillo; uno no planea que se rompa la cubierta de la bici para tener que comprar otra; uno no planea que se le haga tarde; uno no planea que un día que empieza feo termine siendo hermoso; uno no planea que al llegar a casa haya facturas. Sin embargo, cada una de estas cosas (y tantas otras más) encierran un misterio.

A todo esto... ¿Cómo puede mi vida ser literatura? Pues así como disfruto tanto leer un buen libro, disfruto muchísimo leer mi vida. Es sumamente divertido pensar ciertas situaciones como si fueran cuentos o novelas. La trama principal conecta todo. Por si fuera poco, está llena de signos y mensajes, como por ejemplo una deliciosa victoria de un partido de truco, que demuestra que las pequeñas cosas se pueden respirar, saborear, admirar... Y sonreír. Porque como ser tío no depende de uno, yo no planeé que una de esas pequeñas cosas, que nació pesando 4 kg y midiendo 51 cm, llegue a mi vida y ya empiece a llenarla de luz.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Conversación de una mañana de invierno

-¿Sabés? Cuando venía caminando me atacó algo extraño, como una especie de miedo a meter la pata y perderte, ponele, o mejor dicho a que nos distanciemos en algún momento, que nos veamos sin poder encontrarnos, algo así. Es fascinante, che... Significa que me importás todavía más. Cada vez más...

-Paa... ¿Todo porque me callé un par de horas? ¡Jaja!

-Por ahí es una boludez, o sea, seguro, es algo que tengo que trabajar yo, pero para mí no hablar es algo muy fuerte. Las únicas veces que dejé de hablarle a alguien fue a mi viejo, las veces que me pegó... Yo veo al no hablar como un principio de ignorar, no querer reconocer la existencia de la otra persona, y es muy fuerte eso. Como que para llegar a eso tiene que haber un dolor o un enojo muy profundos, probablemente una mezcla de los dos, aunque sea inconciente. Pero es otra de mis tantas locuras. Yo te cuento para que sepas nomás.

-También sabés el significado malo que tiene (tenía en casa) el silencio. Pero ayer fue puro buscaroñismo (sic), cero enojo. :)

-:)

-Y creo que esa sensación de no querer meter la gamba y que se caiga el castillo de naipes viene de la mano de querer al otro. En ese punto estamos casi iguales.

-”Hasta las manos”.

-Vos. :P

-Sí, yo. Vos, no sé... Contame.

-Averigualo...

-¿Les pregunto a tus amigas?

-¡Jajaja! ¡Como si fueran a soltar la lengua!

-¿Es un desafío? Puedo ser persuasivo. (¡Anexo de mierda! Está más lindo que el otro, pero el calefactor no anda, por lo menos en este aula, y me estoy cagando de frío).

-Te lo tiro para que te rías un rato. Me acabo de golpear la frente contra un estante. Eeeeexactamente en el mismo lugar donde está el anterior palo.

-Ajajajajajajajajajajajajajajajajajaja. Perdón, pero me tenté jajajaja. Te cuento para que te rías un rato. ¿Viste que ayer dije que es peligroso dejarme entrar en librerías? Bueno, me contuve de comprar más Borges, más Cortázar, “Las ventajas de ser invisible”, “Historias de Terramar”, la “Saga de los confines” y alguna otra cosa que ahora no recuerdo y sólo me compré “Todos los fuegos el fuego” en una librería, y “El alquimista” y “Los diez negritos” para mí, junto con “El alquimista” para mi hermana, en otra librería. (Me pregunto si decir que me compré “Los diez negritos” es racista). Cuestión que ahora, después de un apenas cortado y dos facturas en el autoservicio (malísimo) de la estación de servicio de enfrente, me quedan exactamente $21,60 en efectivo, y unos $200 en la cuenta de Credicoop, hasta pasado mañana que vence el plazo fijo de la cuenta de Provincia. Me siento como en un libro. Sobre todo porque apenas recién me acabo de acordar de los $20 que tengo de causalidad en la billetera de recuerdos para sumar los $21,60. (¿Me das permiso para usar esta conversación en una nota? Es perfecta. Espero recordar toda esta mañana cuando me despierte, si es un sueño).

-¡Bienvenido a los malabares del no fin de mes! Jajaja. Yo piso en falso una vez más y cagué. ¡Y ni estamos a mitad de mes! Jajajajaja.

-Jajaja, puedo sobrevivir con $21,60 hasta el jueves, ¿o no? En la cuenta de Provincia tengo plata igual. No llego a una cirujía láser, pero no estoy tan lejos. Lo único: tengo que esperar unos días a que venza el plazo fijo. Puedo prestarte lo que necesites. Incluyendo un beso y calma.

-(¿Qué parte de la conversación abarca el permiso requerido?)

-(Calculo que la parte del silencio y del golpe, que es lo que implica un cierto grado de tu intimidad. Para el resto no sé si necesito tu permiso).

-(Concedido). Acepto el beso. La calma no me hace falta. Tengo un depa a cargo, no me altera a ese punto. Pero voy a entrenar a mi pequinés en algo pa' actuar en la rambla.

-Jajaja, no sé si pagarán por ver a una inmigrante pachorra, sobre todo siendo china. Viste que dicen que son todos iguales los asiáticos. Mala mía, el término es “orientales”.

-Dame tiempo y te salta un aro en llamas (?).

-¿El aro, ella o el libro? (A todo esto, no me respondiste si puedo preguntarles a mi hermana y/o a mi curandera sobre tu relación con “la relación”).

-¿Qué relación? :P. Jajajaja.

-Tu nivel de “hastalamanez” con tu no novio.

-A lo solicitado no ha lugar.

-Acepto y no apelo. Me parece razonable. (No viene más la profesora che. En diez minutos me las tomo. Por lo menos nos pusimos de acuerdo con una compañera y levantamos todas las persianas en busca de una sensación de calidez para combatir el frío). Por otro lado, te dejo trabajar. Te noto atareada (?).

-Jajajaja. Voy por el segundo termo de mate con los chicos. “Ando buscando documentación”. Hasta después de las 11.00 que me llame el obtuso del Banco Provincia no puedo hacer nada.

-Obtuso... A la mierda, nos pusimos de acuerdo con mi compañera y, aunque vale mencionar que logramos la sensación de calidez, nos cansamos de esperar. Hoy me siento asquerosamente vivo, che, a pesar del frío.

-¿Por qué asquerosamente? El frío no lo cuestiono.

-No sé... Creo que a veces no está tan bueno pensar tanto. Quizá es mejor vivir y ya. Me fui. Hora de despertar. Beso.

lunes, 25 de agosto de 2014

Situaciones III

Clínicas

El 29 de mayo nació Emma, la primogénita de uno de mis mejores amigos. No me dieron los horarios para ir a conocerla el mismo día, y tampoco quería molestar. Cuando llamé a mi amigo para felicitarlo le pregunté dónde estaban y me respondió que era “la Clínica del Niño y la Madre, ¿viste por Colón?”.

Esa semana mamá estuvo internada. Los horarios de visitas me permitieron pasar a verla por la Clínica 25 de Mayo para luego ir a conocer a la pequeña. Me encontré con mi hermana y cuando terminó el horario de visita con mamá fuimos caminando para el lado de la Av. Colón.

Mientras charlábamos le comenté, o eso pensé, que iba a la clínica por Colón al 2700, pero quizá dije que iba a la Clínica Cólon (ubicada en Colón al 3700). En consecuencia, al llegar a la avenida, yo amagué a doblar hacia la izquierda, siendo que mi hermana iba para el mismo lado, pero ella me dijo: “Perá boludo, la Colón está media cuadra para este lado (la derecha)”. Me llamó la atención la altura, porque estaba seguro de que yo tenía que ir al 2700, pero confié en el buen criterio de mi hermana, en especial teniendo en cuenta que a veces soy algo despistado.

Nos saludamos, entre a la clínica, pregunté por la habitación y tomé el ascensor con una mujer que casualmente iba también al tercer piso. Ante la puerta del hall de habitaciones suele haber un hombre de seguridad que ayuda a orientar a los visitantes. Le indicó a la mujer que la acompañaría y cuando yo le consulté por la novia de mi amigo y su hija, que había nacido el día anterior y estaban en la habitación 310, el hombre me miró raro y me dijo: “A ver, esperame un segundo que acompaño a esta mujer y vemos, porque me parece que en la 310 hay un hombre internado”.

Me pareció extraño e intuí que algo raro había. Mientras esperaba un minuto, cuando giré la vista hacia la pared me di cuenta (recién en ese momento) que estaba en la Clínica Colón y yo quería ir a la Clínica del Niño y la Madre. Pensé en salir corriendo para no pasar verguenza, pero ya estaba jugado. Esperé a que volviera el hombre y le expliqué. “Claro -dijo- la otra es al 2700 y esta al 3700, las dos tienen plazas enfrente... Puede pasar”. No me consoló demasiado.

Cuando estaba por subir al ascensor volvió la mujer y me preguntó amablemente: “¿Vos también te equivocaste de piso?”
“Nono -respondí-. Yo me equivoqué de clínica”.

La verguenza valió la pena por la expresión de su cara.


Saludo

Un fin de semana en el que no pude quedarme a misa en mi comunidad el sábado, tuve intenciones de ir a la del domingo a las 10 hs, pero no me pude levantar a tiempo, así que terminé yendo a una de las capillas a las 11.30 hs.

Cuando llegué, me senté en el tercer banco desde el fondo y al minuto se sentó en el banco de adelante quien pensé era una amiga. Se vestía como mi amiga; tenía el pelo como mi amiga; la altura y el color de piel eran como los de mi amiga. Me acerqué y le di un beso. No era mi amiga...

No fue raro que la mujer girara y me mirara sorprendida. Imagino que los ojos se me abrieron a más no poder y me puse bastante rojo. Le pedí disculpas y le dije que la confundí, lo que tomó sin problemas y con algo de gracia. Por mi parte, caí en cuenta que soy mandado a hacer para pasar verguenza...


Des-can-so

Una cosa que me llama la atención es que, más allá de todas las preocupaciones, sueño, agotamiento, cosas por hacer, confusiones o yoquesés que pueda tener, siempre reacciono de la misma forma al ver perros acostados por la calle. En especial en días de frío o calor extremos, al ver a uno de estos bellos animales acostados en la calle, automáticamente trato de observar su respiración. Me invade un extraño e injustificado miedo a que no lo hagan, con lo que ello implicaría. Sin embargo, siempre que me detengo unos segundos termino viendo cómo respiran profundo para suspirar, o levantan la cabeza por algún ruido. Ese momento siempre sabe generarme una curiosa tranquilidad o paz, que no estoy seguro de entender del todo. En la mayoría de los casos es muy probable que no vuelva a verlos, entonces, ¿cómo tienen ese efecto en mí? Creo que la respuesta es simplemente que la vida siempre es bella en sí misma.

Situaciones II

Higo

Yo: -Hoola, buen día
Señora: -¿Alfajores de fruta tiene?
Yo: -Hola, ¿qué tal? Buen día
Señora:-Alfajores de fruta
Yo: -Sí, ¿qué tal?
Breve silencio.
Yo: -Son estos de acá, los verdes, que dicen "fruta".
Señora: -Ah. Y, ¿de qué fruta?
Yo: -De membrillo, con baño de azúcar.
Señora: -¿De qué?
Yo: -De membrillo.
Señora:-Y, ¿de qué más?
Yo: -El alfajor de fruta es el de membrillo. Sino también tenemos los de frutilla, que tienen una crema de frutilla de relleno y un baño de chocolate negro.
Señora: -Y...¿de higo no?
Yo: -Disculpe, ¿cómo?
Señora: -De higo.
Yo: -No, señora. Acá en Mar del Plata tradicionalmente el alfajor de fruta es el de membrillo.
Señora: -Entonces de higo, pera, durazno, ¿no?
Yo: (Sonriendo) -No, señora. Acá en Mar del plata el de fruta es el de membrillo. Si quiere de higo, pera, durazno, manzana u otras frutas puede ir a una dietética o a una provincia del interior...
Señora: -Ah, qué lástima que no tienen. Tendrían que tener.

Yo en mi cabeza: ...o puede irse a freír churros


Préstamo

Hoy me pasó algo bastante curioso...más que de costumbre.
Yo iba caminando leyendo tranquilo por mi barrio cuando una mujer que iba por la vereda en sentido contrario me llamó la atención.

Me dijo que me veía siempre caminando por la calle Uruguay y le sorprendía que pudiera leer mientras caminaba, que le parece "una habilidad admirable". También dijo que observaba que soy buen lector mientras miraba mi libro de 700 páginas. Me preguntó si estudio Letras, a lo que respondí sinceramente que estudio Ingeniería, lo que la desubicó un poco más. Acto seguido me preguntó qué me gusta leer, me comentó que les cuenta a sus alumnos (es profesora de Letras) acerca de mí y finalmente me invitó a acercarme a su casa algún día, para prestarme un libro.

Yo tampoco termino de entender mucho cómo puedo experimentar una situación tan interesante un día como cualquier otro, pero creo que es fascinante y, por alguna extraña razón, me llena de alegría.

Supongo que simplemente me parece genial conocer personas que le prestan atención a los detalles.


Buen día

Mamá: (media dormida) -Ay, como llueve...
Yo: -Ma, es la ducha

Empezar el día con una sonrisa siempre es bueno


Pánico

Hoy en el trabajo encontré, de casualidad, el botón de pánico. No pensé que era un botón de pánico. No sabía que teníamos botón de pánico. No tiene pinta de botón de pánico. Lógicamente, lo apreté...

Inmediatamente después llamé al técnico cafetero porque la cafetera no andaba. Cinco minutos después sonó el teléfono. Era la alarma. "Ahhh, así que eso es un botón de pánico- dije-. Sisi, no, está todo bien, no sabía qué era". Apenas corté, llegó el técnico cafetero.

A los 15 minutos llegó un chabón de seguridad o algo así preguntando si estaba todo bien.

A la media hora (por lo menos), llegó la policía. En ese momento no me quedó otra opción que creer que es un botón de pánico.

Moraleja:
Si alguna vez me quieren robar en el local, hay que llamar al técnico cafetero.

Situaciones I

Vegetariano

En el trabajo
Mati (mi jefe): - Che Vic, ¿vos sos vegetariano?
Yo pienso: ''¡¿Qué carajos?!''
Yo: - Ehh, no... ¿Por?
Mati: - Ahh, no, porque como vos siempre le ponés tanta garra a todo... ¿Viste que dicen que los vegetarianos tienen como más pilas y energía?
Yo: - Ahh, ¿sí? ¡Mirá! No, no soy vegetariano...
Silencio curioso...

Definitivamente el mundo es un lugar interesante

Libreta Sanitaria

IN-CRE-I-BLE
Para la libreta sanitaria laboral ahora dan solo 50 números en el día.
Fui el nº 51...
No se imaginan mi cara...
Cosas que le tienen que pasar a alguien.
Cosas que me pasan a MI.
...
Teniendo en cuenta que para hacer la libreta sanitaria, llegando a las 5.40, ayer fui el nº 51, un razonamiento lógico sería pensar que llegando alrededor de las 5 podría asegurarme, cuanto menos, estar entre los 40 y algo, ¿verdad?
El tipo va a las 5 y se encuentra con 70 personas...
...
Parece que después de todo la 3º es la vencida che...
Hoy al fin, yendo a las 4.30 y gracias a la lluvia, estuve entre los primeros 20.
Libreta Sanitaria Laboral: ¡no me ganaste!
Lástima que salí y la bici no estaba...
Es chiste. Hubiese sido demasiado jajaja.

Prócer

Dos abuelitos charlando en un café:

Él: - Es así, esta es Belgrano, la otra es Rivadavia y la otra San Martín. ¡Los próceres!
Ella: - Claro, los próceres son paralelas y las provincias están cruzadas, per-pen-di-cu-lares.
Él: - Por eso te digo, los próceres... Pero no están todos, falta Carlos López.
Ella: - Ahh pero viejo, vos estás vivo. Primero tenés que morirte y esperar por lo menos unos 10 años para ser prócer.

Héroe

A un mes de cumplir 22 años de nacimiento, doné sangre por 10º vez. Durante la extracción vi un afiche que decía: “Los superhéroes usan capa. Los héroes de verdad donan sangre”.

De chiquito, supongo que como muchos, soñaba con ser super-héroe. Me fascinaba la idea de tener poderes pero, sobre todo, tener la oportunidad de salvar personas y hacer algo para mejorar el mundo.
A medida que fueron pasando los años no perdí ese sueño, aunque pasó a ser algo más realista, no por ello menos lejano.
En estos días una verdad me golpeó y maravilló. No es algo nuevo, pero algunas cosas nos vuelven a sorprender al recordarlas. No hace falta tener super-poderes, mucha plata, ser de otro planeta o usar capa para ser un héroe y salvar vidas. Tampoco es necesario ser médico, policía, rescatista o bombero (aunque es algo admirable). Hoy puedo decir con orgullo que estoy salvando vidas.

Teniendo en cuenta que cada extracción son alrededor de 500 ml, llevo donando aproximadamente 5 litros de sangre. Una persona adulta suele tener entre 4 y 5 litros de sangre, lo que significa que ya he donado suficiente para llevar a cabo una transfusión completa. 5 litros y contando...

Hoy puedo decir que doy mi vida por otros, en cuerpo y alma. Con una sonrisa algo vergonzosa puedo pensar que soy una especie de héroe. ¡Vos también podés serlo!

lunes, 28 de abril de 2014

Lo inesperado

   Tenía intenciones de usar esta tarde para dormir una siesta sin alarma, pero hace unos diez segundos pensé: “A la mierda, vamos a delirar”. A decir verdad, más allá de que haya dicho lo mismo varias veces, en esta ocasión realmente hace mucho que no escribo. ¿Falta de ideas o inspiración? ¿Falta de anécdotas disparadoras? ¿Falta de ganas o cansancio? ¿Falta de tiempo? El tiempo podría haberlo inventado; las ganas nunca me faltaron; anécdotas, para tirar para arriba; ideas... Ideas he tenido. Es solo que a veces madurar algunas cosas lleva más tiempo del que se piensa.

    Un día, después de bañarme y con la Gillette Mach 3 Turbo (siempre me gustó cómo suena), frente al espejo, me di cuenta de algo de repente. “¡Carajo! No falta mucho para que tenga que afeitarme todos los días...”. Y así llegó mi duda. ¿Ya soy adulto?

    Si pasara por un tema de “sentirse adulto” sería, a mi parecer, demasiado ambiguo. Es decir, en ocasiones me siento adulto y en otras, un niño. Siempre me siento joven. Por otro lado, una perspectiva ajena a la propia suele poner en evidencia una gran cantidad de cosas por mejorar, más allá de cómo se sienta uno. Lo bello de ser perfectibles...

    Definir la adultez no es tan sencillo como definir la mayoría de edad. Si nos limitamos al aspecto biológico en cuanto a capacidad de reproducirse, resuena la pregunta de cuántas personas de 13 años (por dar un número lo suficientemente acertado) pueden considerarse adultas. Si analizamos desde el ámbito legal, resulta evidente que las convenciones legales de cada sociedad son muy maleables como para poder llegar a una definición que resista más de un par de cuestionamientos. Ni hablar si se plantea como la posibilidad de independizarse de padres/tutores/loquesea. Particularmente me atrae el acercamiento que intenta definir a la adultez desde la capacidad de tomar decisiones, actuar conforme a las mismas y responsabilizarse (que buena palabra) de dichos actos.

    Esto lleva a otra pregunta. ¿Qué clase de decisiones y/o actos entran en criterio? Caigo en cuenta de las grandes decisiones que vengo tomando en los últimos diez años (por dar un número lo suficientemente acertado). Grandes para mí, por supuesto. ¿Me definen como adulto o como persona? No lo creo, simplemente porque tengo la certeza de que cada persona encierra un misterio demasiado grande como para poder ser definida. Me gusta hablar de condicionamientos. Pero no quiero irme más por las ramas.

    Tras meses de tener esta duda rondando en la cabeza (suelo distraerme fácil) y recordando muchísimas situaciones y diferentes opciones tomadas, no fue muy complicado darme cuenta que hace algunos años me aferraba mucho a mi promesa de abnegación y, por tanto, mis decisiones se remitían a aceptar alguna tarea e intentar mantener un delicado equilibrio entre muchas esferas en las que me movía, comprometiéndome a dar mi mejor en cada una. Probablemente mantuve esa postura por más tiempo de lo que debía o era sano. No me arrepiento. Cada experiencia me enseñó muchísimo, hasta el punto de interiorizar finalmente que no puedo con todo. Es divertido creerse Superman o pensarse como el protagonista de una historia en la que a pesar de tantas dificultades uno se basta para enfrentarse al mundo. Pero la realidad no es tan sencilla.

    Hoy se me ocurre que puedo considerarme adulto a partir del momento en que comprendí que el mundo no está en contra mío; que necesito de otros; que es bueno aprender a decir “gracias, pero no”; que los nuevos desafíos siempre son emocionantes y tentadores, pero que no tengo por qué embarcarme en todos al mismo tiempo; que no puedo caerle bien a todas las personas a quienes les quiero caer bien; que muchas relaciones necesitan un tiempo para seguir creciendo, a lo mejor con algo de distancia; que cada cosa lleva su tiempo; que no puedo determinar los tiempos que me gustarían para cada cosa. Fundamentalmente, que no puedo controlar realmente mi vida, sino simplemente vivirla, como pueda, con lo que venga, con manzanas, limones, peras, duraznos y frutas que no conozco. Hoy me doy cuenta que cada cosa que no salió como yo esperaba o quería, aunque haya dolido o siga doliendo, me enseñó (y me sigue enseñando conforme crezco) tanto o más que mis propios proyectos. Cualquiera pensaría que debería saber todo esto desde hace mucho y que muchas personas más jóvenes lo saben. Es cierto. Yo sé todo esto desde hace mucho, pero hay una diferencia entre saber algo y experimentarlo.

    Resumiendo, con el riesgo de equivocarme, puedo decir que soy un joven adulto con corazón de niño. Hay decisiones sencillas, mientras que hay otras que no puedo tomar a la ligera y necesito madurar antes de elegir una u otra ruta. La meta es una: ser feliz. Yo soy feliz al andar. Intento aprender a vivir con las cosas malas, cambiando las que puedo. También intento aprender a reconocer las cosas buenas. Lo bello de ser perfectibles...

    Los proyectos pueden cambiar. Este es, creo yo, el aspecto más fundamental de la vida adulta: permitir la ruptura de estructuras y adaptarse a lo inesperado.

lunes, 10 de febrero de 2014

Honestidad

   Por alguna extraña razón siempre que se acerca un nuevo año tendemos a evaluar de alguna forma el que termina. Hoy no tengo intenciones de dar un informe detallado de mi 2013 porque suelo irme por las ramas y no creo que a nadie le resulten tan interesantes todas las cosas que me pasan por la cabeza. Sin embargo, quiero rescatar un aspecto en particular: fue un año de aprendizaje sobre mí mismo.

   Y cualquiera podría pensar que, estando a un mes de cumplir 23 años y 8 meses de vida, ya debería conocerme bastante. Resulta que algo maravilloso de la vida es que uno siempre se puede seguir asombrando de sí mismo. Cada vez que me río a carcajadas sin que haya nadie cerca, me gusta pensar en qué tan seguido otras personas se reirán de la misma forma. Es algo sumamente personal y fascinante. Al menos, lo es para mí.

   De cualquier forma, hoy me siento a escribir a partir de una situación algo rara. Lo cierto es que de vez en cuando me ataca cierta intriga acerca del comportamiento o ideas de los demás. La mayoría de las veces sólo dura un momento. Cada tanto, me animo a hacerle algunas preguntas a algunos amigos o amigas. Anoche se me cruzó una idea que me resultó muy atractiva y, por tanto, me pintó el raye de empezar a hacerle la misma pregunta a diferentes personas:

“¿Qué es lo que más te gusta de vos?”

   La pregunta apareció en una de esas conversaciones que suelo inventar en mi cabeza, imaginando posibles situaciones con personas importantes para mí. Sin llegar a oír una respuesta por parte de mi mejor amiga (aún en ese estado de abstracción), me di cuenta que era probable que me replicara la pregunta. ¿Qué respondería entonces? Tuve que tomarme cuanto menos cinco minutos para estar seguro de lo que debía decir.

   Así me di cuenta que no es algo que uno se plantee todos los días y que, más allá de la respuesta, el proceso de hallarla es algo importante para el conocimiento personal. Implica examinar cada aspecto de uno, con sus pro y sus contra, llegando incluso a llevar a pensar en el opuesto. Implica, quizás, redescubrir algo del pasado que quiero recuperar. Implica, una vez alcanzada la meta, darse cuenta que por esa única cosa, que a lo mejor me hace diferente, puedo mirar al espejo y sonreír, amarme, mostrarme como soy, crecer en eso y gracias a eso.

   No pude evitar preguntarle a una, a otra, a uno, a otra, a otro, etc. Me atraía de sobremanera conocer las posibles respuestas que podía recibir pero, sobre todo, me interesó que cada una de las personas a las que les planteaba esta inquietud se hicieran la pregunta y realizaran el proceso. Algunos tendieron a simplificarlo al plano físico, dando una respuesta bastante rápida. Luego, se tuvieron que tomar unos momentos para descubrir lo que más les gusta de su persona en cuanto a actitudes, virtudes, etc. Se ve que algunos ya lo habían pensado en algún momento porque no les llevó más de dos minutos. A un par les tomó un rato más. Otros aún no me respondieron.


“Ehh, me gusta mi demostratividad de cariño. Jaja. Creo ser un poco tierna”.

“Mi dependencia de Dios”.

“Lo que más me gusta es mi compromiso y la responsabilidad con que me tomo las cosas. Que si digo que sí, es porque realmente lo puedo hacer (ya que tengo el tiempo y las ganas) y no lo voy a hacer a medias”.

“No sé bien cómo describirlo. Tiene que ver con la forma de relacionarme en algunos lugares... Eso que tengo que hace que a algunos les caiga re bien y a otros re mal, jaja”.

“Emm... Preocuparme por las personas y ponerme en el lugar de ellas”.

“La buena relación que tengo con mi familia”.

“Me gusta de mí la capacidad que tengo de ver y enfrentar mi vida, como tambien lo que significa superarme”.

“Mi capacidad de entender las cosas y entenderlas bien, a traves de mi inteligencia”.

“Mi luz”.

“Mi simpatía hacia los otros”.

“En este momento de mi vida, mi fe. No sé sí es grande o pequeña, pero sin ella mi vida mucho sentido no tendría”.

“Lo que más me gusta de mí es mi fortaleza y la capacidad de pensar antes de actuar por impulso. Tuve que enfrentarme a muchas situaciones complicadas, he caído, vuelto a levantarme o simplemente mantenerme fuerte de cosas que nunca me hubiese imaginado. Así que creo que eso es lo que más me gusta de mí, o una de las cosas que más valoro”.


   A medida que leía, me divirtió mi elección de palabras para plantear la cuestión. El “gustar” puede relacionarse fácilmente con el gusto, el sabor. Cada respuesta tiene un sabor propio, una impronta propia, una identidad propia, porque su autor es único. Quizás por eso no obtuve dos respuestas iguales.

   Invito a todos a hacerse la misma pregunta. Más allá de lo que cada uno pueda decir, que es ya valioso en sí, me parece que es importante no perder de vista una cosa. Uno de mis amigos, mientras pensaba qué contestar, lo puso de una manera muy simple: “Me preocupa que nunca me había puesto a pensar en esto”. Creo que es una muy buena idea, de tanto en tanto, pensarlo por un momento, de la misma forma que, de tanto en tanto, me gusta frenar un minuto y ponerme la mano en el pecho para sentir cómo late mi corazón.

   Especialmente hoy me atrae la idea de hacer ambas cosas... y ofrecerlas.

lunes, 20 de enero de 2014

Re-encuentro

Nunca deja de asombrarme la alegría inmensa que se manifiesta en todo el ser de los más pequeños cuando ven llegar a su mamá o a su papá. En un momento están jugando, charlando, cantando, saltando, haciendo puchero, o quién sabe qué y, al siguiente, una sonrisa incontenible les dibuja el rostro. Es como si el resto del mundo desapareciera por un instante para sumergirse en otro de plena felicidad y seguridad. No siempre pasa, por supuesto, pero cada vez que tengo la dicha de presenciarlo, yo mismo llego a vislumbrar un poco de esa magia que habita en el aire por unos segundos.

Pienso que, de alguna forma, al crecer sufrimos un proceso de transformación interna que nos anestecia esa capacidad de trasladarnos a aquel mundo. Paradójicamente, lo anhelamos todo el tiempo. Ahora bien, adormecida o no (algunas personas tienen un corazón que les permite vivir ese viaje más a menudo y más intensamente), estoy convencido de que en cada uno permanece una puerta, por más pequeña que sea. Lo complejo de la situación es atreverse a despegar la vista de la ventana (que no siempre nos deja ver el otro lado tal cual es) para atravesar la puerta y maravillarnos con la realidad.

Como sea, es evidente que esta capacidad es algo que se puede compartir no solo entre padres e hijos, sino también entre hermanos, amigos, y algo más. Algunas veces queremos quedarnos permanentemente y creemos que podemos, pero parte de la magia consiste en que dure sólo unos instantes en el tiempo, aunque pueda mantenerse en el recuerdo. Otras veces sentimos que ese mundo se rompe en mil pedazos. Más allá de que a veces se nos empañe la vista o duela el recuerdo, el mundo no se rompe ni desaparece y, al madurar algunas cosas, siempre se puede hallar refugio allí.

Desde mi lugar, me parece que por mucho tiempo estuve esperando vivir uno de esos momentos con una persona (esa 'algo más') desconocida y, de cierta forma, conocida al mismo tiempo. Hoy no estoy tan seguro si realmente lo deseo. Se me viene la siguiente escena a la mente:


Un chico y una chica sentados en la costa, una noche de primavera/verano. La fase lunar la dejo a criterio de cada uno. Él está sentado de frente al mar. Ella está sentada a su derecha, algo perfilada hacia él. Confían mucho el uno en el otro.

Él explica que siempre había pensado que podía encontrar a la chica indicada, esa con la que de algún modo podía tener la certeza de querer compartir el resto de su vida, casi casualmente, sólo que causalmente, y que en un cruce de miradas se iban a reconocer y lo iban a saber, incluso si después les llevaba mucho tiempo terminar de comprenderlo, pero que luego terminó por darse cuenta que la vida es más compleja e interesante que las películas, que por buscar ese momento de amor a primera vista quizás estaba con los ojos cerrados y no se daba cuenta que no existe un otro hecho para, sino que se elige, que se construye una relación y una vida juntos y que, entre todos los detalles fundamentales que poseía ese esquema de persona en su mente, detalles importantes pero no todos absolutamente imprescindibles, lo esencial era, al menos en este momento de su vida, poder divertirse, pero no de esa diversión efímera, pasajera, sino esa diversión sana, repleta de risas y sobre todo acompañada de una sensación de comodidad, que en un silencio no haga falta pensar qué decir para hacer perfecto al momento sino simplemente estar y que el inhalar y exhalar, el latir y algún que otro pestañeo sean los interlocutores.

- Qué se yo – remata él – quizás es raro pero creo que, buscándola siempre como novedad, entrando en mi mundo, a lo mejor está en él desde hace tiempo y no me di cuenta. La verdad no sé...

Mientras habla, la dirección de su mirada se alterna entre el mar, el suelo y sus manos. Ella escucha atentamente mirándolo casi todo el tiempo a la cara, con ojos concentrados, cejas un poco levantadas y la boca cerrada, aunque con los labios apenas separados, tocándose la punta de la lengua con los dientes. Entonces él la mira girando un poco la cara y luego vuelve la vista al piso. Ella mira también al piso y levantan las miradas para encontrarse. Sonríen. Él le da un beso en la mejilla izquierda en el instante en que ella lleva su mirada al mar y él vuelve a mirar sus manos, que están a la altura de sus rodillas. Ella apoya la cabeza sobre su hombro, él descansa su cabeza sobre la de ella y se quedan así, en silencio.



Me resulta algo contradictorio utilizar como ejemplo una situación tan ideal como lo sería otra que representara el amor a primera vista en sí, pero me parece que permite entender la idea o, mejor dicho, las ideas que se cruzan en mi mente. Muchos anhelamos ese primer encuentro extraordinario, sin darnos cuenta que quizás y solo quizás, un reencuentro con alguien que ya forma parte de nuestra vida puede ser aún más bello. En definitiva, valga la redundancia, ya sea con un familiar, amigo o algo más, creo que a veces sólo es cuestión de animarse a cruzar la puerta.