lunes, 22 de septiembre de 2014

No lo planeé

Creo que más de una vez ya he mencionado que siempre tuve la capacidad de proyectar a futuro y así fui planificando en cierta medida mi participación en diferentes actividades por muchos años, quedando satisfecho. También creo haber dicho alguna vez que seguir corazonadas tiene su encanto, que se puede crecer y aprender mucho con las cosas que nos sorprenden, para bien o para mal. Hace varios meses que esta idea viene tomando más forma.

El lunes, volviendo en colectivo después de compartir una tarde, una noche, una mañana y un almuerzo con varios amigos, nos ubicamos en el fondo, porque era donde más lugar había, ya que estaba bastante lleno. En un momento, un pasajero se levantó de su asiento para bajar, por lo que nos fuimos corriendo como podíamos para darle paso. En eso, uno de mis amigos se apoyó sin querer en el espejo que está sobre la escalera de descenso y lo rompió en unos ocho pedazos. Nos pusimos medio nerviosos y no sabíamos que hacer, especialmente el agresor de espejos, que midiendo más de un metro ochenta quería esconderse. Sí, fue gracioso. Al menos hasta que se cayó uno de los pedazos de espejo, cerca de un nene que dormía. Entonces, una vez que no había tanta gente en el pasillo, removimos todos los fragmentos del marco, los pusimos en una bolsa y nos acercamos al chofer del colectivo para pedirle disculpas y preguntarle si le descontaban la reposición.

Ese mismo día a la noche, cerca del centro, yo caminaba solo, yendo a cenar a media cuadra de lo de mi hermana, cuando un flaco se me acercó para pedirme un papelillo. Me sorprendió porque, si bien es común que la gente pida fuego o un cigarrillo por la calle, nunca me habían pedido un papelillo.

Unas cuadras después, pensando en las dos secuencias y en el libro que estoy leyendo, me pregunté: ¿por qué no hacer literatura de un espejo roto en un colectivo o de que me pidan un papelillo por la calle? Lo sé, corro el riesgo de que los que saben me condenen por decir esto, pero creo que cualquiera puede hacer literatura de su vida, que está llena de cosas que no planeamos o esperamos, así como esos desenlaces, capítulos o diálogos inesperados que disfrutamos tanto al leer un libro.

Por ejemplo: hoy. Teniendo turno con el psicólogo (80 cuadras) a las 10 de la mañana, se me hizo tarde para ir en colectivo, por lo que agarré la bici a pesar de que había una niebla relativamente densa en toda la ciudad, de esa que va acompañada por una humedad que hace que las calles estén mojadas sin que haya llovido. Al salir de allí, el cielo empezaba a despejar y pasé a visitar a unas amigas por un café (37 cuadras). Luego, a comprar parafina, velas y pabilos (15 cuadras). Después, pasé por una librería (16 cuadras) a comprar un libro para un amigo y dos para mí. Entonces, tenía que almorzar antes de tener una reunión en la casa de un amigo, por lo que me senté en un café (30 cuadras), frente a una plaza, a comer un tostado de jamón y queso con un exprimido de naranja mientras leía, en un día que, con el cielo casi totalmente despejado, me sale describir simplemente como espectacular. Mientras estaba en eso, me escribió al celular un amigo-al-que-le-llamo-hermano sacerdote para describirme cómo su equipo había ganado un partido de truco en una mano ciega cuando iban perdiendo 29-28, jugando con chicos del colegio en el que es capellán. Cerca de las 14 fui a lo de mi amigo (14 cuadras) y terminada la reunión, finalmente volví a casa (83 cuadras).

Justamente ayer recordaba cuánto me gusta andar en bici. Hoy, de haber salido de casa con tiempo a la mañana, me hubiese movido en colectivo. Sin embargo, por algo que no planeé (que se me hiciera tarde), tuve la oportunidad de ahorrar dinero, tiempo y, de paso, disfrutar de aproximadamente 31 km (porque en un rato voy a cenar a lo de unos amigos) de andar en bici en un día de invierno bellísimo.

Quizá describiendo todo simplemente como una secuencia de acciones, sin detenerme en la riqueza de las conversaciones, no parezca muy atractivo, pero creo que este día bien podría ser un cuento. Es fascinante porque me siento muy vivo y me sé feliz. Y es que uno no planea atrasarse con la carrera; uno no planea que le rompan el corazón; uno no planea perder el contacto con amigos; uno no planea que sus padres estén enfermos; uno no planea conocer gente nueva; uno no planea que alguien lo elija como padrino de confirmación; uno no planea que le confíen grandes tareas; uno no planea reencontrarse con viejos amigos; uno no planea enamorarse; uno no planea que un amigo rompa un espejo en un colectivo; uno no planea que le pidan un papelillo; uno no planea que se rompa la cubierta de la bici para tener que comprar otra; uno no planea que se le haga tarde; uno no planea que un día que empieza feo termine siendo hermoso; uno no planea que al llegar a casa haya facturas. Sin embargo, cada una de estas cosas (y tantas otras más) encierran un misterio.

A todo esto... ¿Cómo puede mi vida ser literatura? Pues así como disfruto tanto leer un buen libro, disfruto muchísimo leer mi vida. Es sumamente divertido pensar ciertas situaciones como si fueran cuentos o novelas. La trama principal conecta todo. Por si fuera poco, está llena de signos y mensajes, como por ejemplo una deliciosa victoria de un partido de truco, que demuestra que las pequeñas cosas se pueden respirar, saborear, admirar... Y sonreír. Porque como ser tío no depende de uno, yo no planeé que una de esas pequeñas cosas, que nació pesando 4 kg y midiendo 51 cm, llegue a mi vida y ya empiece a llenarla de luz.

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