Creo que más de una vez ya he mencionado que siempre tuve la
capacidad de proyectar a futuro y así fui planificando en cierta medida
mi participación en diferentes actividades por muchos años, quedando
satisfecho. También creo haber dicho alguna vez que seguir corazonadas
tiene su encanto, que se puede crecer y aprender mucho con las cosas que
nos sorprenden, para bien o para mal. Hace varios meses que esta idea
viene tomando más forma.
El lunes, volviendo en
colectivo después de compartir una tarde, una noche, una mañana y un
almuerzo con varios amigos, nos ubicamos en el fondo, porque era donde
más lugar había, ya que estaba bastante lleno. En un momento, un
pasajero se levantó de su asiento para bajar, por lo que nos fuimos
corriendo como podíamos para darle paso. En eso, uno de mis amigos se
apoyó sin querer en el espejo que está sobre la escalera de descenso y
lo rompió en unos ocho pedazos. Nos pusimos medio nerviosos y no
sabíamos que hacer, especialmente el agresor de espejos, que midiendo
más de un metro ochenta quería esconderse. Sí, fue gracioso. Al menos
hasta que se cayó uno de los pedazos de espejo, cerca de un nene que
dormía. Entonces, una vez que no había tanta gente en el pasillo,
removimos todos los fragmentos del marco, los pusimos en una bolsa y nos
acercamos al chofer del colectivo para pedirle disculpas y preguntarle
si le descontaban la reposición.
Ese mismo día a la
noche, cerca del centro, yo caminaba solo, yendo a cenar a media cuadra
de lo de mi hermana, cuando un flaco se me acercó para pedirme un
papelillo. Me sorprendió porque, si bien es común que la gente pida
fuego o un cigarrillo por la calle, nunca me habían pedido un papelillo.
Unas
cuadras después, pensando en las dos secuencias y en el libro que estoy
leyendo, me pregunté: ¿por qué no hacer literatura de un espejo roto en
un colectivo o de que me pidan un papelillo por la calle? Lo sé, corro
el riesgo de que los que saben me condenen por decir esto, pero creo que
cualquiera puede hacer literatura de su vida, que está llena de cosas
que no planeamos o esperamos, así como esos desenlaces, capítulos o
diálogos inesperados que disfrutamos tanto al leer un libro.
Por
ejemplo: hoy. Teniendo turno con el psicólogo (80 cuadras) a las 10 de
la mañana, se me hizo tarde para ir en colectivo, por lo que agarré la
bici a pesar de que había una niebla relativamente densa en toda la
ciudad, de esa que va acompañada por una humedad que hace que las calles
estén mojadas sin que haya llovido. Al salir de allí, el cielo empezaba
a despejar y pasé a visitar a unas amigas por un café (37 cuadras).
Luego, a comprar parafina, velas y pabilos (15 cuadras). Después, pasé
por una librería (16 cuadras) a comprar un libro para un amigo y dos
para mí. Entonces, tenía que almorzar antes de tener una reunión en la
casa de un amigo, por lo que me senté en un café (30 cuadras), frente a
una plaza, a comer un tostado de jamón y queso con un exprimido de
naranja mientras leía, en un día que, con el cielo casi totalmente
despejado, me sale describir simplemente como espectacular. Mientras
estaba en eso, me escribió al celular un amigo-al-que-le-llamo-hermano
sacerdote para describirme cómo su equipo había ganado un partido de
truco en una mano ciega cuando iban perdiendo 29-28, jugando con chicos
del colegio en el que es capellán. Cerca de las 14 fui a lo de mi amigo
(14 cuadras) y terminada la reunión, finalmente volví a casa (83
cuadras).
Justamente ayer recordaba cuánto me gusta
andar en bici. Hoy, de haber salido de casa con tiempo a la mañana, me
hubiese movido en colectivo. Sin embargo, por algo que no planeé (que se
me hiciera tarde), tuve la oportunidad de ahorrar dinero, tiempo y, de
paso, disfrutar de aproximadamente 31 km (porque en un rato voy a cenar a
lo de unos amigos) de andar en bici en un día de invierno bellísimo.
Quizá
describiendo todo simplemente como una secuencia de acciones, sin
detenerme en la riqueza de las conversaciones, no parezca muy atractivo,
pero creo que este día bien podría ser un cuento. Es fascinante porque
me siento muy vivo y me sé feliz. Y es que uno no planea atrasarse con
la carrera; uno no planea que le rompan el corazón; uno no planea perder
el contacto con amigos; uno no planea que sus padres estén enfermos;
uno no planea conocer gente nueva; uno no planea que alguien lo elija
como padrino de confirmación; uno no planea que le confíen grandes
tareas; uno no planea reencontrarse con viejos amigos; uno no planea
enamorarse; uno no planea que un amigo rompa un espejo en un colectivo;
uno no planea que le pidan un papelillo; uno no planea que se rompa la
cubierta de la bici para tener que comprar otra; uno no planea que se le
haga tarde; uno no planea que un día que empieza feo termine siendo
hermoso; uno no planea que al llegar a casa haya facturas. Sin embargo,
cada una de estas cosas (y tantas otras más) encierran un misterio.
A
todo esto... ¿Cómo puede mi vida ser literatura? Pues así como disfruto
tanto leer un buen libro, disfruto muchísimo leer mi vida. Es sumamente
divertido pensar ciertas situaciones como si fueran cuentos o novelas.
La trama principal conecta todo. Por si fuera poco, está llena de signos
y mensajes, como por ejemplo una deliciosa victoria de un partido de
truco, que demuestra que las pequeñas cosas se pueden respirar,
saborear, admirar... Y sonreír. Porque como ser tío no depende de uno,
yo no planeé que una de esas pequeñas cosas, que nació pesando 4 kg y
midiendo 51 cm, llegue a mi vida y ya empiece a llenarla de luz.
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