Hay un dato curioso sobre mí que algunos conocen y les parece divertido porque, bueno, francamente lo es. Al poco tiempo de nacer mamá se pegó uno de los tantos sustos que ha padecido conmigo y mis hermanos. Después de hacerme un estudio, los médicos le dijeron que tenía toxoplasmosis, es decir, iba a ser ciego. Cuando prestaron más atención se dieron cuenta que el estudio había salido mal porque el grueso de mi cráneo era el doble de lo normal. Era (y soy) cabeza dura, literalmente.
Querido 2015: la concha de tu madre.
No tengo absolutamente ninguna duda de que podrías haber sido peor; esa posibilidad siempre existe. Pero te esforzaste che.
Si bien enumerar cada una de las cosas que me desestabilizaron mientras duraste enriquecería el contenido de esta hoja, por un lado terminaría extendiéndose mucho y, por otro lado, no tengo ganas. Basta con decir que no voy a extrañarte.
Sí voy a recordarte, porque con todo lo que transité este año, debo reconocer que considero haber aprendido mucho. A veces me pregunto si realmente son necesarias tantas dificultades para que entienda algunas cosas. Después caigo en cuenta que así debe ser: soy cabeza dura.
Durante mucho tiempo viví con convicción cada decisión que tomaba. Esta vez no fue así. Fue, y sigue siendo, tiempo de muchas dudas y, a la par, algunas certezas. Mientras más logro reconocer mis limitaciones, más aprendo a valorar las virtudes que puedo tener.
Que te quede claro, sé que pensaste que podías conmigo, pero te olvidaste de lo más importante: no estoy solo. Golpe tras golpe, escalón tras escalón, hay personas que me aguantan, andan conmigo. Entre ellas, me descubrí miembro de una familia, una verdadera familia, cuando antes no siempre supimos serlo. Entre ellas están mis amigos, que han sabido estar cuando me he sentido sin fuerza. Y también está ella, mi compañera con todas las letras, con quien las diferencias encuentran puntos de fuga en común, y las similitudes se viven de forma espontánea, natural, con quien lo real es mejor que cualquier ideal que pudiese haber soñado.
Me negaba a hacer un balance, y terminé haciéndolo. Así fue mes tras mes, siempre hallándome en situaciones que escapaban a mi comprensión. Me encantaría decir que el 2016 no puede ser peor que el 2015; por como arranca ya lo veo lleno de desafíos. Pero que venga. Queda mucho por caminar.
jueves, 31 de diciembre de 2015
sábado, 5 de septiembre de 2015
Anti Pista I
Sentados, con la mirada perdida en la orilla del mar o una nube pasajera y con mates de por medio, charlaban como tantas otras veces.
-Che, ¿puedo contarte algo que nunca le dije a nadie?
-Sí, boludo, más vale. ¿Pasó algo grave?
-No, no. Bah, qué se yo... Es medio raro.
-Bueno, decime. ¿Qué onda?
-Mirá, esto fue hace unos años. O sea, en el centro hay una mujer que vive en la calle, por la zona del casino. Muchos la tienen de vista. Algunos la conocen como “la loca Marucha”. Como sea, cuando empezó a andar por ahí, lógicamente, no era conocida y se movía más tranquila por los locales. Me acuerdo que yo laburaba en el café y muchas veces ella caía a la mañana, saludaba bien y todo, nos pedía papel y lapicera y se sentaba en una mesa a escribir algunas cosas. Nunca supe bien qué.
Más adelante tomó quizá mucha confianza y cuando la dejábamos pasar al baño se lavaba la cabeza y no sé qué más. Los encargados terminaron decidiendo no dejarla entrar porque era un garrón tener que limpiar todo y los clientes, que no tenían nada que ver, a veces se incomodaban también. Igual todo esto es contexto, no viene tanto al caso.
-Ok, te sigo. ¿Entonces?
-Y, entonces... La cosa es que, como tantos otros que viven en la calle, hablaba sola. Sigue haciéndolo. A veces parecía necesitar un oído y la escuchábamos un ratito. Una vez en particular dijo algo que me quedó haciendo ruido. Si mal no recuerdo fue la única vez que habló tanto. Nos contó que no siempre había vivido en la calle, pero que había pasado cosas jodidas porque a su madre el hombre que la embarazó la dejó sola y nunca la reconoció.
-Hasta ahí, aunque sea chocante, no es algo tan fuera de lo común.
-El tema es lo que dijo y cómo lo dijo. Empezó a gritar, muy enojada, diciendo que todo era culpa de ese hombre, porque la madre trabajaba limpiando un cierto colegio, que no viene al caso nombrar, y que un profesor “se la re co...”. Bueno, se entiende. Me acuerdo hasta el tono de voz: “el hijo de PUTA del negro Aguirre la embarazó y se hizo el re boludo”.
-¿Eso te tiene mal? ¿Qué el tipo se llamaba como vos? Es un apellido común, chabón.
-No. No es que se llamaba “como” yo. A mi abuelo le decían “el negro Aguirre”, fue profesor en ese mismo colegio, sé que le fue infiel a mi abuela, y esta mujer no parece ser mucho más joven que mi viejo.
-Bancá. ¿Me estás diciendo que...?
-Que “la loca Marucha” podría ser mi media tía, sí.
-Uhh... No sé qué decirte...
-Yo no sé qué pensar. Por un lado, sí, es un apodo común y es un apellido común, pero son los dos juntos, en el mismo colegio que laburaba mi abuelo y... No sé... Por otro lado, le dicen “la loca” por algo. Y a veces la veo durmiendo en la puerta del casino, o caminando, hablando sola, leyendo los mismos carteles una y otra vez. O comprando puchos y vino. Y me agarra la duda.
-Y, ¿qué? ¿Pensaste en hablarle, hacerle preguntas para conocer más detalles y saber si es o no tu tía?
-No sé si tanto como pensarlo. Se me cruzó por la cabeza alguna vez. Lo que pasa es que me da un poco de cagazo. O sea, mirá si es y yo me estuve haciendo el boludo todos estos años, con ella tirada ahí. O al revés, mirá si me termina re cagando y no tenemos nada que ver. Y, sí, es verdad, más allá de que seamos o no familia, podría ayudarla igual, ¿no? Pero, ¿podría ayudarla? ¿Se dejaría ayudar? Capaz está acostumbrada a vivir así, le pasa a muchos.
-Si no le preguntás no vas a saber. ¿Vos podés seguir con esa duda?
-Es... Es medio raro. Para mí es como una paradoja.
-Qué loco, che...
-Yo te dije...
-Mar del Plata es un pañuelo...
-¿Sabés que sí?
Nota del autor: El apellido Aguirre se utiliza por ser un apellido que poseen muchas personas y, al mismo tiempo, diferente del que tiene la persona en la que está basado este diálogo ficticio. Cualquier similitud con la realidad mediante dicho apellido es coincidencia.
-Che, ¿puedo contarte algo que nunca le dije a nadie?
-Sí, boludo, más vale. ¿Pasó algo grave?
-No, no. Bah, qué se yo... Es medio raro.
-Bueno, decime. ¿Qué onda?
-Mirá, esto fue hace unos años. O sea, en el centro hay una mujer que vive en la calle, por la zona del casino. Muchos la tienen de vista. Algunos la conocen como “la loca Marucha”. Como sea, cuando empezó a andar por ahí, lógicamente, no era conocida y se movía más tranquila por los locales. Me acuerdo que yo laburaba en el café y muchas veces ella caía a la mañana, saludaba bien y todo, nos pedía papel y lapicera y se sentaba en una mesa a escribir algunas cosas. Nunca supe bien qué.
Más adelante tomó quizá mucha confianza y cuando la dejábamos pasar al baño se lavaba la cabeza y no sé qué más. Los encargados terminaron decidiendo no dejarla entrar porque era un garrón tener que limpiar todo y los clientes, que no tenían nada que ver, a veces se incomodaban también. Igual todo esto es contexto, no viene tanto al caso.
-Ok, te sigo. ¿Entonces?
-Y, entonces... La cosa es que, como tantos otros que viven en la calle, hablaba sola. Sigue haciéndolo. A veces parecía necesitar un oído y la escuchábamos un ratito. Una vez en particular dijo algo que me quedó haciendo ruido. Si mal no recuerdo fue la única vez que habló tanto. Nos contó que no siempre había vivido en la calle, pero que había pasado cosas jodidas porque a su madre el hombre que la embarazó la dejó sola y nunca la reconoció.
-Hasta ahí, aunque sea chocante, no es algo tan fuera de lo común.
-El tema es lo que dijo y cómo lo dijo. Empezó a gritar, muy enojada, diciendo que todo era culpa de ese hombre, porque la madre trabajaba limpiando un cierto colegio, que no viene al caso nombrar, y que un profesor “se la re co...”. Bueno, se entiende. Me acuerdo hasta el tono de voz: “el hijo de PUTA del negro Aguirre la embarazó y se hizo el re boludo”.
-¿Eso te tiene mal? ¿Qué el tipo se llamaba como vos? Es un apellido común, chabón.
-No. No es que se llamaba “como” yo. A mi abuelo le decían “el negro Aguirre”, fue profesor en ese mismo colegio, sé que le fue infiel a mi abuela, y esta mujer no parece ser mucho más joven que mi viejo.
-Bancá. ¿Me estás diciendo que...?
-Que “la loca Marucha” podría ser mi media tía, sí.
-Uhh... No sé qué decirte...
-Yo no sé qué pensar. Por un lado, sí, es un apodo común y es un apellido común, pero son los dos juntos, en el mismo colegio que laburaba mi abuelo y... No sé... Por otro lado, le dicen “la loca” por algo. Y a veces la veo durmiendo en la puerta del casino, o caminando, hablando sola, leyendo los mismos carteles una y otra vez. O comprando puchos y vino. Y me agarra la duda.
-Y, ¿qué? ¿Pensaste en hablarle, hacerle preguntas para conocer más detalles y saber si es o no tu tía?
-No sé si tanto como pensarlo. Se me cruzó por la cabeza alguna vez. Lo que pasa es que me da un poco de cagazo. O sea, mirá si es y yo me estuve haciendo el boludo todos estos años, con ella tirada ahí. O al revés, mirá si me termina re cagando y no tenemos nada que ver. Y, sí, es verdad, más allá de que seamos o no familia, podría ayudarla igual, ¿no? Pero, ¿podría ayudarla? ¿Se dejaría ayudar? Capaz está acostumbrada a vivir así, le pasa a muchos.
-Si no le preguntás no vas a saber. ¿Vos podés seguir con esa duda?
-Es... Es medio raro. Para mí es como una paradoja.
-Qué loco, che...
-Yo te dije...
-Mar del Plata es un pañuelo...
-¿Sabés que sí?
Nota del autor: El apellido Aguirre se utiliza por ser un apellido que poseen muchas personas y, al mismo tiempo, diferente del que tiene la persona en la que está basado este diálogo ficticio. Cualquier similitud con la realidad mediante dicho apellido es coincidencia.
domingo, 5 de abril de 2015
Mimar
Por
mucho tiempo no supe amar. Al crecer podés amar a tu familia o a tus
amigos más cercanos, sí, pero quizá sin saberlo realmente, sin
reconocerlo o entenderlo, sino simplemente por el hecho de que son
las personas que forman tu mundo, tu vida y te acompañan.
Creo
que muchas personas pueden hablar de haber tenido un primer verdadero
amor entre los 13 y los 20 años. Así y todo sigue siendo difícil,
teniendo en cuenta que con tantos cambios, en ese tiempo uno no
termina de conocerse a sí mismo. ¿Cómo amar a alguien más sin
tener definida tu propia forma de relacionarte o mostrarte? No es
necesariamente una cuestión de hipocresía, sino de cautela, o
cierto temor, al menos en mi caso. Lo confieso ahora, sin recordar
habérselo dicho a nadie antes. No hace tanto que empecé a mostrarme
tal cual soy. Antes mostraba sólo partes o piezas de mi persona,
según el entorno en el que me moviera. Sin embargo, entre todas las
personas que me conocen, no son tantas las que realmente me han visto
hasta el fondo de mi alma. Nunca, jamás, mentí o dije una cosa por
otra, pero casi siempre oculté lo más profundo de mi ser, por no
sentir verguenza, por miedo a gastadas o a que me rompan. Lo curioso
es que de todas formas me rompieron. Más de una vez.
Sé
que puede parecer raro que sin haber estado de novio antes, haya
creído con plena certeza que la chica que amaba, sin poder estar con
ella, era la persona con la que podría pasar el resto de mi vida. No
era un tema de no saber las dificultades que hay que enfrentar y
sortear en un noviazgo (en parte sí), porque tengo personas muy
cercanas que me han confiado mucho, y por otra parte soy también
bastante observador. A pesar de haber estado enamorado en más de una
ocasión (tres, para ser honesto), recién a los 19 años tuve el
coraje de jugármela en serio. En este mismo instante pienso que
puede haber sido por no terminar de conocerme antes.
Siendo
sincero, esa chica se quedó para siempre con un pedazo de mi
corazón. Tuvo la capacidad de cautivarme por completo, porque me
decía que amaba de mí todas las cosas que yo siempre había deseado
que alguien tuviera en cuenta, sin haberme animado a mostrarlas. Como
si fuera poco, en ese momento ella era todo lo que yo había soñado
en una chica con la que quería pasar el resto de mi vida. Sí, todo.
Salvo por un detalle. A pesar de haberme confesado que me amaba,
seguía de novia. Eso no fue un impedimento para seguir alimentando
mis esperanzas de, algún día, poder estar con ella. Hasta que mucho
tiempo después (casi dos años, creo), terminó de romperme por
completo. Mirando ahora hacia atrás, cualquiera en mi lugar podría
decir que fue cruel. Si alguna vez ella lee esto, pido disculpas. Sé
que nunca tuvo mala intención y que yo alimenté mi propia ilusión
aferrándome a detalles. Sigo convencido de que los detalles importan
muchísimo. Ahora sé que no son todo.
A
lo mejor no hubiese significado tanto si no hubiese sido por el hecho
de que se había convertido en uno de mis pilares cuando todo lo
demás en mi vida se caía a pedazos. Y así, terminé cerrando
nuevamente mi corazón, o lo que quedaba. ¿Cómo abrirme a alguien
más después de eso? Caí en un pozo del que no podía salir. Hasta
que me cansé de mí mismo. O mejor dicho, de lo apagado que me
sentía. Decidí cambiar de actitud y darme permiso de mostrarme un
poco más. Por supuesto, no me salió muy bien. Hay heridas que
tardan tiempo en sanar, y precauciones que cuesta dejar de lado, en
base a experiencias que no fueron las mejores.
Debo
reconocer que no siento ni una pizca de rencor ni nada por el estilo.
Cada vez que confesé mi amor fue en serio y, con cosas buenas, cosas
malas (sobre todo malas mías), aprendí y crecí a pasos
agigantados. Cuando amo, amo para toda la vida. Tardé un tiempo en
entender que ese amor que permanece puede tomar otro tinte y no tiene
que ser necesariamente el que alguna vez había soñado. “Cansado
de mí mismo, me busco en alguien más”, llegué a escribir un día,
no hace tanto. Y tuve que reencontrarme para poder ponerme de pie.
Antes de poder encontrar a alguien a quien le gustaran de mí las
cosas que yo quería que a alguien le gustaran de mí, tenía que
volver a identificarlas yo mismo, porque las había perdido de vista.
Existe
una gran posibilidad de que aún mire para otro lado con algunas.
Existe una gran posibilidad de que sean justamente las que más
expuesto, vulnerable y, al mismo tiempo, contenido, me hicieron
sentir. Sigo con algo de miedo. Ok, con mucho miedo. Cuando me la
jugué soñando para toda la vida dolió muchísimo, al punto que no
termino de recuperarme.
Y
hace (ya más de) diez meses, sin esperarte, apareciste vos, con toda
tu perfecta imperfección. Con tantas cosas que me encantan y tantas
cosas que me encanta que te encanten de mí. Las miradas para mí
siempre fueron fundamentales y hasta primordiales. A vos te costó
muchísimo poder mirarme a los ojos. Creo que tiene que ver con tus
propios miedos y desilusiones (sin connotación negativa), tu
experiencia. Creo que empezar a conocerme también te dio algo de
miedo. Y ahora, cuando nos miramos fijo a los ojos, de cerca, no
termino de entender todo lo que veo y siento. Todo lo que soy, con
vos.
Con
vos puedo mostrarme tal cual soy, aunque todavía no sepa cómo
mostrarte todo de mí. Querías una carta a corazón abierto y acá
está. No sos todo lo que soñé. Sos mucho más. Y, estando aún en
el proceso de re-descubrir-me, empezar a verte como una compañera
para toda la vida me da miedo, sí.
En
medio de una tormenta, tomé una decisión. Hay cosas que no te
gustan de mí. Hay cosas que no me gustan de vos. Fundamentalmente,
no me gusta que nos hagamos mal. Hace poco te dije que no deseaba
haberte conocido antes porque creía que nos habíamos encontrado en
el momento justo. Estos días pensé que aunque nos hayamos conocido
en el momento justo, puede que no sea todavía el tiempo para estar
juntos.
Te
dije de entrada que me encantaría prometerte que nunca te iba a
lastimar, pero que no hago promesas que no cumplo y que lo cierto es
que me voy a equivocar muchísimas veces. Que lo que sí te podía
prometer era intentar hacer lo mejor posible y dar todo de mí para,
no hacerte feliz, sino acompañarte en tu felicidad y poner mi
granito de arena. Hacerte llorar me lleva a pensar que no estoy listo
para intentarlo como corresponde. Que no te lo merecés, o que yo no
te merezco.
Vos,
en cambio, me acompañás y acrecentás mi felicidad
indescriptiblemente. Cada sonrisa, cada abrazo, cada caricia, cada
chiste, cada comida, cada mate, cada suspiro, cada mensaje, cada
ocurrencia, cada confesión, cada mirada, dormir y despertarme a tu
lado, cada película, cada paseo y cada aventura relacionada con el
agua, me dan la certeza de que no sos un granito de arena en mi vida.
Sos mi mar. Y tomé la decisión de adentrarme más. Hoy y para toda
la vida.
miércoles, 7 de enero de 2015
Carta al futuro
7 de enero de 2015
Quiero contarte
algo. Puede que lo sepas y puede que no. Algo me dice que lo sabés,
aunque quizá nunca te pusiste a pensarlo. Es muy probable que este
mensaje también te resulte algo extraño. Es totalmente
comprensible; a mí me pasaría lo mismo. Vengo pensando en
escribirte hace unos días, o unas semanas, no estoy seguro. Lo que
sí puedo decirte es que empiezo a las 17.50, cuando acabo de entrar
a casa después de trabajar desde las 7.00 hasta las 16.30 (es decir,
tuve casi una hora y media hasta llegar) y en el camino pensaba en
vos. Me es inevitable preguntarme qué estarás pensando. Espero que
alguna vez te animes a contarme.
¿Sabés? Acabo
de darme cuenta de que son semanas. Recuerdo claramente que el 25 de
diciembre, yendo a trabajar en el colectivo, me conmovió una escena
que voy a intentar describirte. El colectivo estaba bastante lleno,
pero logré ubicarme más o menos a la mitad, del lado de las filas
de asientos simples, justo enfrente de un padre joven (tendría entre
25 y 30 años) con quien imagino era su hijo (de 2 o 3 años) en
brazos. Si acaso era el hermano, no resultaría menos conmovedor, por
lo menos a mi parecer. El nene estaba durmiendo y el joven se veía
muy cansado. Pude observar cómo lentamente se le cerraban los
párpados, mientras movía incesantemente la pierna bastante rápido
en un intento de mantenerse despierto. Sostenía al nene sobre su
pierna y brazo derechos, tomándose con fuerza la muñeca derecha con
la mano izquierda, cruzando el brazo sobre el nene. Se ve que el
cansancio era mucho, porque de un segundo a otro, la pierna se quedó
quieta y empezó a cabecear. También pude apreciar la forma en que,
de a poco, sus brazos se aflojaban. Lo que me fascinó y conmovió
fue que cada vez que sentía que el nene se movía un poco al
soltársele las manos, se despertaba de golpe, aferraba a su hijo con
más fuerza y comenzaba nuevamente a mover la pierna. La secuencia se repitió unos minutos, hasta que se paró para bajarse del colectivo,
con el pequeño aún durmiendo. (Voy a permitirme contarte que cuando
se levantó, una de las sandalias del nene se cayó y yo me apuré
para agarrárla y alcanzársela antes de que se bajara).
Por ahí parece no tener sentido ahora, pero para mí cobró muchísimo sentido, porque apenas unos días antes había empezado a pensar en escribirte. Es importante que entiendas esto: me decidí a plasmar esto recién ahora, pero te vengo pensando hace mucho.
Este es mi mensaje. A dos semanas de cumplir 24 años, siento la necesidad de confesarte que siempre pensé en vos. No sé si cuando tenía tu edad, pero sí desde hace varios años, con toda certeza. Pienso en vos desde antes de que me mandes a la mierda por no saber cuidarte, o porque querés salir y a veces prefiero que no. Pienso en vos desde antes de que me dieras el primer abrazo. Pienso en vos desde antes de decidir qué rumbo seguir con mi vida. Pienso en vos desde antes de que te des cuenta que no soy perfecto y me equivoco muchísimo. Pienso en vos desde antes de conocer a tu mamá. Pienso en vos desde antes de planear dónde vamos a vivir, qué nombre le vas a dar a tu mascota o cuál va a ser el primer libro que te lea. Pienso en vos desde antes que empieces la secundaria, o termines el jardín, o que dejes de usar pañales. Pienso en vos desde antes de tener que pedirte perdón. Pienso en vos desde antes de que nazcas. De hecho, pienso en vos sin saber cuándo vas a llegar. Pienso en vos sin siquiera saber tu nombre, color de pelo o de ojos, o si cuando te reís te achinás como yo. Te pienso hoy, a lo lejos en el tiempo.
En fin, pienso mucho en vos, desde hace mucho tiempo. Cada vez que te pienso, mi corazón salta de alegría y se emociona. Cada vez que te pienso, te amo. Simplemente quiero que sepas esto, ya sea que leas esta carta en 20 o 30 años. Hago lo mejor que puedo y doy todo de mí para que puedas ser feliz, pero vos me hacés inmensamente feliz sin hacer nada, tan solo siendo.
Te amo desde siempre y siempre te voy a amar.
Por ahí parece no tener sentido ahora, pero para mí cobró muchísimo sentido, porque apenas unos días antes había empezado a pensar en escribirte. Es importante que entiendas esto: me decidí a plasmar esto recién ahora, pero te vengo pensando hace mucho.
Este es mi mensaje. A dos semanas de cumplir 24 años, siento la necesidad de confesarte que siempre pensé en vos. No sé si cuando tenía tu edad, pero sí desde hace varios años, con toda certeza. Pienso en vos desde antes de que me mandes a la mierda por no saber cuidarte, o porque querés salir y a veces prefiero que no. Pienso en vos desde antes de que me dieras el primer abrazo. Pienso en vos desde antes de decidir qué rumbo seguir con mi vida. Pienso en vos desde antes de que te des cuenta que no soy perfecto y me equivoco muchísimo. Pienso en vos desde antes de conocer a tu mamá. Pienso en vos desde antes de planear dónde vamos a vivir, qué nombre le vas a dar a tu mascota o cuál va a ser el primer libro que te lea. Pienso en vos desde antes que empieces la secundaria, o termines el jardín, o que dejes de usar pañales. Pienso en vos desde antes de tener que pedirte perdón. Pienso en vos desde antes de que nazcas. De hecho, pienso en vos sin saber cuándo vas a llegar. Pienso en vos sin siquiera saber tu nombre, color de pelo o de ojos, o si cuando te reís te achinás como yo. Te pienso hoy, a lo lejos en el tiempo.
En fin, pienso mucho en vos, desde hace mucho tiempo. Cada vez que te pienso, mi corazón salta de alegría y se emociona. Cada vez que te pienso, te amo. Simplemente quiero que sepas esto, ya sea que leas esta carta en 20 o 30 años. Hago lo mejor que puedo y doy todo de mí para que puedas ser feliz, pero vos me hacés inmensamente feliz sin hacer nada, tan solo siendo.
Te amo desde siempre y siempre te voy a amar.
Papá Pantufla
Suscribirse a:
Entradas (Atom)