sábado, 31 de agosto de 2013

Crónicas de un viaje inolvidable (10º y 11º días)

Bitácora personal de la Jornada Mundial de la Juventud - Río de Janeiro 2013

   Teniendo en cuenta que pude participar de una experiencia que muchos no tienen la oportunidad de vivir y sumando mi humilde afición a escribir, decidí plasmar lo más significativo con dos objetivos.
   En primer lugar, más allá de que queda todo guardado en el recuerdo, con el tiempo algunas cosas se pueden desdibujar en la inmensidad de la memoria, por lo que con un texto como este, solo debo tomarme unos minutos para tener la posibilidad de volver en cuerpo y alma a esos maravillosos días, recordando cada detalle.
   En segundo lugar, pensaba en todos mis amigos que miraron las pantallas de la televisión o leyeron el diario para tratar de estar un poco más cerca, a la distancia. Publicando el siguiente diario personal de viaje, puedo compartirlo con cada uno y, así, ellos también pueden participar de mi alegría.
   Son notas muy subjetivas, ya que no tengo la intención de presentar una evaluación del evento ni un tour turístico. Sepan disculpar si me voy por las ramas en algunos momentos; resulta que, para mí, los detalles son importantes y permiten pintar una imagen más cercana y personal de lo ocurrido.
   Sin extenderme más, agradezco que te tomes un tiempo para leer las locuras de alguien que no se encuentra solo en su locura.


Martes 30 y miércoles 31 de julio de 2013

    Viaje de regreso...

    Nos levantamos a las 8.00 para terminar de armar nuestras cosas y limpiar el departamento con tiempo. Yo no tardé tanto porque había dejado casi todo listo. Sin embargo, el ratito que estuvimos con las valijas fue divertido escuchar a Calvito al canto de: ''si nos organizamos metemos todo''.

    Mientras las chicas y Chelo terminaban de acomodar lo suyo (lo que les llevó un poco más de tiempo que a nosotros), preparamos el desayuno. Disfrutamos el último desayuno en Río de Janeiro riendo como siempre, aunque también con algo de nostalgia. Después de eso, dejamos toda la casa en orden, nos despedimos de Ruth y pedimos los taxis para ir a los aeropuertos (Caro y Chelo iban a uno y el resto al otro aeropuerto de la ciudad), aproximadamente a las 12.30.



    Durante el trayecto en taxi, miraba para todos lados respirando profundo. El día estaba bellísimo y la ciudad, llena de vida. Miré por última vez las playas, el Pan de Azúcar y la Catedral Metropolitana, intentando grabar las imágenes en mi mente. Llegamos al aeropuerto (que estaba repleto de peregrinos), despachamos las valijas y recorrimos locales para hacer algo de tiempo. Después esperamos un poco más, en lo que estuve escribiendo, y finalmente llegó la hora de partir. Saludamos al Cristo Redentor a través de una ventana y subimos al avión para despegar alrededor de las 17.00.

    El resto del viaje no fue demasiado interesante, o al menos eso pareció con el cansancio que teníamos. Sin embargo, lo comento para completar el relato. El regreso, como la ida, tuvo un trasbordo en San Pablo. Desde el avión se veía un mar de nubes a lo lejos, islas y ciudades decoradas de verde, y barcos por aquí y por allá en las masas de agua. El aterrizaje fue curioso porque el aeropuerto al que arribamos estaba en medio de San Pablo (es una expresión), por lo que, al descender, uno tenía la impresión de pasar muy cerca de los edificios. Una vez que levantamos las valijas, tuvimos que esperar cerca de una hora para tomar un colectivo que nos llevó al otro aeropuerto de San Pablo, donde esperamos un poco más hasta tomar el último avión del viaje a las 23.30.

    Calvito, que no disfrutó los vuelos tanto como nosotros, se pegó un susto ante el rumor de que el avión quizás haría una parada en Paraguay antes de dirigirse para Bs.As., pero fue sólo un rumor. Cerca de la 1.30 del miércoles nos encontrábamos en tierra firme, en Ezeiza. Ahora era cuestión de esperar unas horas para poder subirnos al Tienda León que nos llevaría de regreso con los nuestros. Yo aún estaba atrasado con el diario de viaje, por lo que le dije a los chicos que durmieran tranquilos mientras escribía y vigilaba nuestras pertenencias. Por supuesto, escribí caminando para no dormirme, pero logré ponerme al día con tiempo de sobra. Cuando mis amigos se despertaron, compramos unas aguas saborizadas y unas galletitas para matar la sed y tener algo en el estómago. Partimos entre las 5.00 y las 6.00 de la mañana. El Tienda León volvió a hacer una parada en Minotauro, donde estiramos las piernas y tomamos aire. Llegamos a Mar del Plata alrededor del mediodía. Ya en la ruta era evidente el cambio climático. La Feliz nos recibió con lluvia y frío.

    Mi hermano menor y mi mamá me estaban esperando. En cuanto llegué a casa, me bañé, desarmé la valija y fui a la casa de uno de mis mejores amigos, ya que era su cumpleaños. A la tarde volví a mi casa para acomodarme un poco y a la noche regresé a la suya para terminar de festejar. Recién cuando me acosté en mi cama y cerré los ojos, di por finalizado el viaje.

    El lunes 29, cuando caminábamos por las playas de Copacabana al atardecer, sacando fotos y respirando ese aire de paz propio de la Jornada que aún permanecía, pensaba qué cierre podía darle a estas crónicas. Entonces enfoqué mis ideas en las expectativas que había tenido del viaje. Con un par de amigos muchas veces hablamos de dejarnos sorprender. Cuando uno genera muchas expectativas corre el riesgo de decepcionarse al no vivir exactamente lo que deseaba (como, efectivamente, le sucedió a más de un conocido). En cambio, la experiencia de algunos viajes únicos enseña que cuando uno se presenta ante lo desconocido con una actitud de niño, siempre dispuesto a maravillarse con las pequeñeces que hacen de la vida algo hermoso, se descubren muchos signos que le dan sentido al gran panorama.

    Esa tarde yo pequé de pensar, en un momento, que la semana no había sido del todo perfecta y que hubiese podido serlo por completo de haber llegado a ver a una persona en particular. En seguida me reté a mi mismo y sonreí al caer en cuenta que todo el viaje fue absolutamente perfecto. ¿Cómo? ¿Acaso no hubo cosas que me molestaron? ¿No me quedé con ganas de participar de algunas actividades? ¿No hubiese sido mejor tener la oportunidad de vivir la Vigilia en Campus Fidei, como estaba planeado en un principio? Quizás sí; a lo mejor, no tanto. En primer lugar, esta clase de viajes no duran solo diez días, sino que resultan eternos y uno puede regresar cerrando los ojos y respirando profundo. Por otro lado, como la vida misma, cada segundo de la JMJ y cada segundo en el que tengo la dicha de respirar, tiene un propósito que va más allá de mi comprensión. Tenía la seguridad de que mucho de lo vivido tardaría un tiempo más en madurar dentro de mi corazón y mi mente, para poder apreciarlo en toda su magnitud.

    No sé si estoy listo, pero volví con el deseo, con el anhelo, con el sueño de hacer discípulos a todos los pueblos, acompañado de una gran familia unida en un mismo Espíritu. Esa gran imagen, esa gran película, esa gran historia que se escribe letra por letra desde el día en que dos células se unieron hasta el día en que cierre los ojos por última vez, cobra su mayor sentido al ofrecerla, al compartirla, al entregarla, siempre a la luz de aquella gran entrega de cruz. Quiero ser testigo del Amor.

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