sábado, 24 de agosto de 2013

Crónicas de un viaje inolvidable (4º día)

Bitácora personal de la Jornada Mundial de la Juventud - Río de Janeiro 2013

   Teniendo en cuenta que pude participar de una experiencia que muchos no tienen la oportunidad de vivir y sumando mi humilde afición a escribir, decidí plasmar lo más significativo con dos objetivos.
   En primer lugar, más allá de que queda todo guardado en el recuerdo, con el tiempo algunas cosas se pueden desdibujar en la inmensidad de la memoria, por lo que con un texto como este, solo debo tomarme unos minutos para tener la posibilidad de volver en cuerpo y alma a esos maravillosos días, recordando cada detalle.
   En segundo lugar, pensaba en todos mis amigos que miraron las pantallas de la televisión o leyeron el diario para tratar de estar un poco más cerca, a la distancia. Publicando el siguiente diario personal de viaje, puedo compartirlo con cada uno y, así, ellos también pueden participar de mi alegría.
   Son notas muy subjetivas, ya que no tengo la intención de presentar una evaluación del evento ni un tour turístico. Sepan disculpar si me voy por las ramas en algunos momentos; resulta que, para mí, los detalles son importantes y permiten pintar una imagen más cercana y personal de lo ocurrido.
   Sin extenderme más, agradezco que te tomes un tiempo para leer las locuras de alguien que no se encuentra solo en su locura.


Miércoles 24 de julio de 2013

    Nos despertamos alas 8.15, desayunamos y fuimos al centro de catequesis de habla hispana más cercano, a unas seis cuadras. Nos volvimos a encontrar con nuestros amigos de Mar del Plata y me sorprendió ver también a Darío, un amigo salesiano de Bs. As. Es difícil de explicar la seguridad de que sea el Espíritu quien, entre millones de personas, permite encuentros estadísticamente muy poco probables o casi imposibles.



    Llegamos cerca de las 9.45, cuando el primer bloque de la catequesis estaba terminando. De los 10 o 15 minutos que llegamos a escuchar, pudimos captar el mensaje del orador: alegría y esperanza. Pudimos retirar el desayuno del peregrino pero no nos quedamos al resto de la catequesis. En lugar de eso, dedicamos el día a conocer un poco la ciudad.

    Primero fuimos a los Arcos da Lapa. Creo que si fueran restaurados, podrían ser bellos. De todos modos, imagino que al ser construídos en el siglo XVIII debían ser algo imponente. Luego fuimos a la Escalera de Selarón o Escadaria de Santa Tereza.




    Para ser sincero, nunca la había escuchado nombrar y no me imaginaba gran cosa, pero es sumamente interesante. Es una zona residencial en la que los escalones y paredes están adornados con azulejos de diferentes colores, aunque predomina el rojo. También hay azulejos con dibujos, frases, personajes famosos, y hasta cuadros de fútbol. Una imagen formada por 24 azulejos y la frase que la acompañaba me llamaron particularmente la atención. Decía lo siguiente:

'Viver na favela é uma arte
Ninguem rouba, ninguem escuta,
nada se perde, manda quem pode,
obedece quem tem juizo'





    Cuando terminamos de subirla, quise bajar para contar los escalones, pero los chicos me llamaron a mitad de camino. A la vuelta se podía entrar al Convento de Santa Teresa. Desde el convento se puede apreciar una gran vista del centro de Río de Janeiro, o al menos la zona de Carioca. Todas las ventanas estaban cerradas y con rejas muy peculiares que me generaron algo de rechazo. El templo es llamativo, pero no me resultó atractivo. Si esperábamos veinte minutos, podíamos tener una visita guiada del convento. Era pasado el mediodía. Fuimos a comer por el centro. A la bajada por la escalera, contamos todos y resultó ser que hay 215 escalones, con 16 descansos.

    Chelo, Giu, Franchi y Calvito pidieron lasagna y se sacaron el antojo, mientras a Caro y a mi nos llamaron más las hamburguesas con papas fritas. Llegamos a ver por la televisión un fragmento del mensaje del Papa en Aparecida. Desde ahí nos tomamos el metro y luego un colectivo para poder ir al Pan de Azúcar.

    El ascensco con teleférico tiene dos estaciones. La primera es en el Morro da Urca, donde nos invitaron a ver más tarde un espectáculo en el teatro, de entrada gratuita, preparado por voluntarios de la Jornada. Sacamos algunas fotos y tomamos el segundo teleférico (en el que bailamos cuarteto con Calvito) para llegar al Pan de Azúcar, a casi 400 metros de altura sobre el nivel del mar. Aunque estaba nublado, la vista panorámica nos dejó perplejos una vez más.





   Como a los minutos se largó a llover, hicimos tiempo chusmeando la casa de ropa y souvenirs de precios exorbitantes. Eran pasadas las 16.00. Bajamos al Morro da Urca, visitamos el museo y pensamos en pasar por el teatro. Llegamos para el final del show, pero duraba 5 minutos y se repetía tras un descanso de 5 minutos. También cambiaba el elenco y el espectáculo cada media hora (o eso pensamos). Mientras tomábamos mates y comíamos unas galletitas, vimos uno, lo repetimos, miramos uno diferente y, como se nos hicieron las 17.20 hs, teniendo en cuenta que queríamos ir a dormir temprano, decidimos volver.

    Nos habíamos enterado por internet que al día siguiente, al mediodía, habría un encuentro del Papa Francisco con jóvenes argentinos en la Catedral Metropolitana. Unos decían que entrarían 7000 personas; algunos, 15000; otros, 5000. Éramos más de 40000 argentinos participando enla JMJ... Nos tomamos un tiempo para charlar sobre qué hacer, porque ya unas semanas antes de viajar habíamos comprado los tickets para subir al Corcovado y ver de cerca al Cristo Redentor en un turno temprano (a las 5.40, que fue lo mejor que conseguimos), aunque no terminamos de definirlo. Los rumores sobre el encuentro con el Papa corrían por los medios de comunicación y se empezó a vivir un clima algo tenso, parecido al del lunes.

    Al parecer, muchas personas ansiaban fervientemente ver de cerca a Francisco y para lograrlo estaban dispuestas a pasar horas y horas en vela durante la noche y bajo la lluvia. Algunas personas, quizás, incluso fueron a la Jornada con tal cometido como único objetivo, es decir, no les importaba la dimensión del encuentro con jóvenes del resto del mundo. Por mi parte, estaba más motivado por dicha dimensión que solamente por ver de cerca al Papa. Aunque lo considero un ejemplo a seguir, un modelo de transparencia y humildad, un buen testigo y vicario de Cristo, no es el Papa el centro de mi vida, sino Cristo mismo. Por tanto, considerando las posibilidades que teníamos de entrar a la Catedral, prefería participar de actividades propias de la Jornada o conocer un poco más de Río. Sin embargo, también era muy importante para mi el ser comunidad con mis compañeros de viaje y respetaría la decisión que se tomara.

    Mientras los chicos fueron a descargar fotos de las cámaras a un pen-drive, yo intenté describir el día anterior en papel. Cuando volvieron, cerca de las 20.00, pensamos en comer afuera. Calvo y Giu cumplían cinco años y cuatro meses de novios. Pedimos el menú del peregrino en un restaurante cerca de casa. Comimos una abundante porción de ensalada, arroz, fejoada (porotos negros con una salsa especial, plato típico de Brasil) y carne, acompañada de guaravita (bebida típica de Brasil). También nos sacamos una foto con un famoso periodista de TN que, por supuesto, no conozco, ya que no miro mucha televisión. Camino de vuelta consultamos en una parada de taxis si circulaban a las 5.00, recibiendo una respuesta afirmativa, y pasamos por un almacén a comprar algunas cosas (pan, fiambre, servilletas, agua mineral y una esponja metálica). Empezaba a extrañar el agua corriente de mi ciudad, porque la de Río no es potable.

    Ya en el departamento, algunos nos bañamos. Mientras yo estaba en eso (seguía chocándome las paredes), los chicos terminaron de decidirse por hacer el ascenso al Corcovado y no enloquecerse tanto por ver a Francisco. ''Si llegamos, buenísimo, pero no perdamos el eje''. No fueron mis palabras, claro está. Teníamos la intención de acostarnos temprano, pero terminamos haciéndolo alrededor de las 23.30.

    Me costó un poco dormirme, repasando todo el día. Cosas buenas; unas pocas no tanto; muchas increíbles. Experimentar la JMJ me hace poder afirmar sin dudas que soy muy feliz. Amo Mar del Plata, pero todavía no quería pensar en tener que volver. De todos modos, antes de caer ante el sueño, recordaba con una sonrisa a los que amo y me esperarían al regreso.

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